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CAPITULO 016

CRISTIAN ROMERO

Me desperté, confundido, tarde un rato en darme cuenta de que estaba en el sofá. Me senté, hice una mueca y me sujeté la dolorida cabeza. Me lo merecía, pero no dejaba de ser una mierda. Con cuidado, abrí los ojos y me sorprendí al ver la botella de agua y las pastillas de analgésicos en la mesita, delante de mí. Las cogí, me tragué dos pastillas y me bebí toda la botella. Cuando me levante, la manta que me cubría el torso cayó al suelo. Me agaché para recogerla y, en ese momento, se hizo la luz en mi abotargado cerebro.

Después de que Lisandro se marchara hecho una faria, bebí más whisky mientras mi mente repetía sus palabras una y otra vez. En algún momento dado, debí de perder el conocimiento, y era evidente que él había vuelto para taparme y para dejar las pastillas y el agua, a sabiendas de que me despertaría con un dolor de cabeza espantoso.

A pesar de haberme comportado como un bastardo con él, incluso más que de costumbre, seguía cuidándome, me temblaban las piernas cuando me senté tras recordar las palabras que me había escupido, el motivo de que accediera a ayudarme. El motivo de que ahorrase todo lo pasible, para cuidar a una mujer que lo había acogido y que le había brindado un lugar seguro y un hogar. Yo lo miré por encima del hombro y lo rebajé por ello, sin molestarme en pedirle detalles. Sin comprender lo buena persona que era en realidad.

Me entraron ganas de vomitar y corrí al piso de arriba, donde vacié mi estomago de la copiosa cantidad de whisky que todavía me quedaba dentro. Después, me duché y me tomé otro par de pastillas. Seguía recordando sus palabras y el dolor que estas transmitían, mi comportamiento a lo largo de ese último año, los comentarios crueles, las malas palabras y los comportamientos irresponsables.

A pesar de cómo lo había tratado, había antepuesto las necesidades de otra persona a las propias y había mantenido la cabeza alta. Había hecho su trabajo, y debía admitir que lo había hecho muy bien, orgulloso de hacerlo, sin que yo le ofreciera un solo comentario positivo.

Me miré en el espejo. La mano me temblaba demasiado como para afeitarme la barba incipiente que me cubría el mentón. Por primera vez en la vida, sentí que la vergüenza me corroía por dentro y agaché la mirada.

Tenía dos opciones.

Pasar de lo sucedido la noche anterior con la esperanza de que Lisandro mantuviera nuestro acuerdo. Sabía que, si no sacaba el tema, él tampoco lo haría. Supondría que no recordaría lo que había pasado.

O comportarme como un adulto maduro, ir en su busca, disculparme e intentar pasar página. Para poder hacer eso último, tenía que esforzarme y, cuando menos, intentar comprenderlo. No me cabía la menor duda de que la boda era del todo imposible a esas alturas, pero podríamos continuar como una pareja comprometida.

Me aparté del lavabo mientras me desentendía del dolor de cabeza.

Había llegado el momento de averiguar más cosas acerca de mi prometido.

"Cristian, no esperaba verte hoy. Al menos, no esperaba verte tan temprano." Levanté la vista de la pantalla del ordenador.

"Ah, Lionel" Me di un tirón del mechón que me caía sobre la frente y me pasé la mano por la nuca en un gesto nervioso. "Quería recoger algunas cosas y... esto... pasar por mi coche."

Acuerdo de MatrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora