Acuerdo de Matrimonio

023

CAPITULO 023

Narra Cristian Romero

Introduje la llave en la cerradura y entré en el piso sin hacer ruido. Me impactó darme cuanta de lo mucho que había añorado estar en casa. De lo mucho que había echado de menos a Lisandro.

Me había sorprendido mi afán por enviarle mensajes de texto para comprobar que estaba bien, que Lau estaba bien o si recordaba haber cerrado con llave el piso. Sus repuestas me hacían sonreír, ya que siempre eran un poco descaradas y tiernas a la vez. Le había encantado la tarta de queso y me dijo que al personal también, ya que los habían ayudado a Lau y a él a comérsela. Le parecía gracioso que también hubiera enviado una cesta de fruta para Joey. Cuando mencionó que Lau parecía más cansada de lo normal, llamé a la residencia dos veces para informarme por su estado, haciendo que Caro se riera de mi preocupación.

De manera que yo también me reí de mí mismo, al parecer y sin pretenderlo, la presencia de Lisandro en mi vida hacía aflorar emociones en todo momento.

Debería detestarlo, pero por algún motivo no lo hacía.

Estaba ansioso por regresar a casa, por verlo, por visitar a Lau y por volver a la oficina. Cuando el cliente accedió a nuestra idea antes de lo que pensábamos, Lionel y yo decidimos adelantar el regreso y tomar el último avión. El taxi me dejó en la puerta del edificio y Lionel se rio de mi entusiasmo cuando me vio tomar la maleta.

"Cristian, no hace falta que vayas a la oficina a primera hora. Disfruta de la mañana con Lisandro. Nos vemos después del almuerzo." Asentí con la cabeza.

"Gracias."  Solté la maleta, encendí la luz y me quedé petrificado.

No estaba en el mismo salón que había dejado días antes. El intenso tono vivo tinto que Lisandro había elegido se extendía por la pared de la chimenea, resaltando el color claro de la repisa. El tono beige del resto de las paredes resultaba atractivo. Había añadido algunos cojines y los dos sillones que me enseñó. El resultado de la transformación era un salón cálido y acogedor. Hogareño.

La mayor sorpresa de todas fueron los cuadros. Lisandro había usado algunas de las fotos que encontró, pero en la pared de la chimenea había colgado de algunas de mis fotografías, que había imprimido y enmarcado con paspartú. Ver lo bien que quedaban me asombró, al igual que lo hizo que hubiera elegido mis preferidas. El salón estaba espectacular.

Pasé una mano por el respaldo curvado de los sillones que había añadido. Eran piezas macizas. El efecto seguía siendo masculino, pero suavizado por lo que había creado. Sobre la repisa descansaba una foto en la que estábamos los dos y que había hecho Paulo el día de nuestra boda. La cogí para analizarla.

Era una foto tomada por sorpresa. Lisandro con una sonrisa y una expresión casi radiante. Yo había apoyado la frente en la suya y estaba sonriendo también. Ambos parecíamos felices. Como una pareja enamorada. Pasé los dedos sobre la imagen de Lisandro, sin reconocer la extraña emoción que sentí en el pecho.

Tras dejarla en la repisa de nuevo, cogí la bolsa de viaje y subí las escaleras. Me detuve al llegar a la puerta de mi dormitorio, sorprendido al ver a Lisandro dormido en mi cama. Creía que a esas alturas ya se habría mudado a su habitación. Estaba abrazado a mi almohada, aferrado a funda mientras dormía, y su sedoso cabello oscuro se extendía sobre las prístinas sábanas blancas. Lo analicé mientras dormía. Parecía joven y vulnerable. Recordé que en el pasado pensaba que era débil.

Era cualquier cosa menos eso. conociéndolo como era consiente en ese momento, sabía que tenía agallas, sin ellas se habría rendido pronto, pero a la vez no las tenía.