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CAPITULO 011








LISANDRO MARTÍNEZ




















La tarde pasó en un torbellino de actividad. Efectivamente, Cristian le había dicho a Valentina o que quería y la lista era interminable, al parecer. Pantalones, shorts, camisas, trajes... un enorme surtido de telas y de colores que me fueron presentando. También había bañadores, lencería y pijamas. Me probé prenda tras prenda, y tras discutir el mérito de cada una de ellas, o bien las descartaba o las colocaba en el montón de la ropa para comprar.

Menos mal que después de observarme durante un momento, los zapatos que eligió, para mi eran cómodos. Elegantes, pero sencillos.

La gota que colmó el vaso fue la ropa deportiva. A esas alturas, mi paciencia había llegado a su límite.

No me imaginaba ninguna situación en la que necesitara ropa deportiva tan cara. Cristian tenía un gimnasio privado en su piso, por el amor de Dios. Cuando Valentina me dijo que la ropa deportiva estaba en la lista de Cristian, levanté las manos y le dije que añadiera lo que le diera la gana. No podía más.

Salí de la tienda con las prendad para el día siguiente en varias bolsas, ataviado con unos vaqueros nuevos y una camiseta de seda de manga corta de un intenso tono rojo. Al parecer, Cristian no quería verme aparecer vestido con mis *Trapos Viejos*

Me mantuve en silencio durante el trayecto de vuelta, abrumado y cansado. Subí las bolsas al apartamento y abrí la puerta con mis propias llaves. Escuché música procedente de otro extremo del pasillo. Sabía que Cristian estaba haciendo ejercicio, de manera que colgué el traje nuevo que ocuparía en el armario y coloqué las demás prendas que había llevado conmigo. Después, llamé a la residencia para preguntar por Laura. La enfermera encargada me dijo que estaba dormida, pero que no había tenido un buen día y que era mejor que no fuera a verla. La tristeza me envolvió mientras me sentaba para mirar por la ventana. Detestaba los días como ese. Sin embargo, tenía razón. Ir solo conseguiría alterarla más.

De manera que bajé las escaleras y me dirigí a la cocina para investigar. Estaba muy bien equipada, aunque había poca comida, salvo por unas cuantas piezas de fruta y algunos condimentos, guardados en el frigorífico y en los armarios respectivamente.

"¿Buscas algo?"

Me enderecé, sobresaltado. Cristian estaba apoyado en el vano de la puerta, con una toalla sobre sus anchos hombros. La piel le brillaba por la fina capa de sudor que la cubría. Tenía el pelo mojado. Sin embargo, estaba perfecto.

"No tienes mucha comida."

"No sé cocinar. Siempre pido la comida o el ama de llaves me deja algo."

"¿El ama de llaves?" no me había mencionado que tuviera un ama de llaves. Asintió con la cabeza y bebió un sorbo de agua de la botella que sostenía.

"Necesito controlar a una. La última se marchó hace unas dos semanas." Agitó una mano. "Vienen y van." Disimule una sonrisa. Esas noticias no me habían sorprendido en lo más mínimo.

"Yo sé cocinar."

Él se rio entre dientes.

"Ya me lo habías dicho." Pasé por alto su sarcasmo.

"Puedo limpiar el piso, a ver la compra y cocinar."

"¿Por qué?"

"¿Por qué no?"

"¿Por qué ibas a hacerlo?"

"Cristian." Le dije con voz paciente. "He dejado mi trabajo, tendré mucho tiempo libre. ¿Por qué vas a contratar a una persona cuando yo estoy aquí?"

Acuerdo de MatrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora