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CAPITULO 021











CRISTIAN ROMERO











Mientras desayunábamos, Paulo recibió una llamada de Leandro que le dijo que no regresaría hasta el domingo. Dado que las tormentas continuaban, le aseguramos que podía quedarse ese día en casa hasta que él lo recogiera al día siguiente. No había alternativa. Además, lograba hacer reír a Lisandro, y me gustaba oír el sonido de su risa. Quería oírlo con más frecuencia.

Los tres fuimos a ver a Lau acompañados por los truenos lejanos de la tormenta. Insistí en que el menú consistiera en hamburguesas de queso, y solté que acostumbraba a llevarle una a Lau a escondidas. Lisandro se sorprendió al descubrir todas las visitas que yo había hecho sin que él se enterara. En sus ojos brilló el agradecimiento mientras se volvía hacia mí para besarme, un gesto que me pilló por sorpresa. Tiré de él para estrecharlo contra mí, aprovechándome del hecho de tener a Paulo de audiencia, y lo besé hasta que estuvo colorado y avergonzado. Paulo me miró y me guiño un ojo mientras yo aceptaba la pesada bolsa de las hamburguesas con una enorme sonrisa.

Lau estaba silenciosa pero lúcida cuando llegamos. Se echó a reír cuando le dije que llevaba uvas para Momo. Al pájaro le gustaba picotearlas y yo no tenía que cortar nada, no tenia que sobornar a Caro a fin de que lo hiciera por mí. La tienda de bombones donde compraba seguramente habría tenido un aumento en las ventas durante las últimas semanas, y el personal de la residencia estaba deseando que apareciera por la puerta para ver que llevaba en cada ocasión. Nunca los decepcionaba.

Paulo estaba casi recuperado, volvía a ser un joven alegre y hablador, y entretuvo a Lau con las historias de su familia. Eso me ofreció la oportunidad de sentarme y observar a Lisandro con Lau.

Estaba a su lado y le había tomado de la mano. De vez en cuando, le acariciaba una mejilla o le pasaba la mano por la frente para apartarle algún mechón suelto mientras hablaba o se reía. Bromeaba con Lau y la animaba a comer. También le puso una servilleta al cuello mientras la reñía por mancharse. Lau le pellizcó la nariz a modo de respuesta.

"Deja de ser tan mandón, Licha."

"Sí que lo es." Murmuré. "Se pasa todo el día dándome órdenes."

"Es mi venganza." Susurró él.

"¡Para eso están los esposos!" exclamó Paulo con una carcajada.

Lisandro y yo nos quedamos helados. No le habíamos dicho a Laura que nos habíamos casado.

Nuestras miradas se encontraron por encima de la cabeza de la anciana, sin saber muy bien que hacer.

Laura se enderezó en la silla y dejó de comer. Nos miró a uno y a otro.

"¿Se han casado?" Se volvió hacia Lisandro. "¿Se han casado sin decírmelo? ¿Licha, estas embarazado?" Lisandro negó con la cabeza.

"No, Lau, no estoy embarazado."

"Pero se han casado."

"Si." Lau me miró y apartó la bandeja del almuerzo.

"Me gustaría hablar con mi hijo en privado."

Caminé de un lado a otro del pasillo sin dejar de mirar la puerta cerrada. Gemí al tiempo de que me dejaba caer contra la pared y apoyaba la cabeza en la dura superficie.

"Cristian, lo siento mucho." Se disculpó Paulo. "No imaginaba que Lau no lo sabía. Ni siquiera se me ocurrió la posibilidad de que no se lo hubieran dicho."

"Por supuesto que no."

"¿No lo sabría? ¿No es una cuestión de que lo haya olvidado?"

Quise mentirle y responderle que se lo habíamos dicho a Lau. Que la culpable era la enfermedad, no nosotros. Pero me estaba cansando de tantas mentiras. Me alejé de la pared y me froté la nuca.

Acuerdo de MatrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora