Capítulo 1

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Gianna

Salí rápidamente de mi lugar de trabajo para alcanzar una mesa en mi restaurante de siempre. Había perdido alrededor de 5 minutos de mi tiempo de colación, por problemas con mi jefe. Actualmente soy psicóloga laboral en una sucursal de una empresa de vestuario exclusivo: nuestra mayor ventaja competitiva es que creamos nuestros diseños en baja cantidad, por tanto sería muy difícil que dos personas se encontraran con exactamente la misma vestimenta en una ceremonia; nuestro equipo confecciona alrededor de 40 piezas que son distribuidas entre las 3 sucursales de la cadena, las cuales están ubicadas 2 en el centro de la ciudad y una en la capital del país. Trabajo en el área de campañas publicitarias –debido al magíster que realicé donde obtuve una mención en psicología publicitaria–, estoy encargada de analizar la recepción del público ante el comercial y realizo sugerencias a mis colegas especializados en diseño y publicidad para los próximos proyectos en base a los análisis previos. Lo que más me gusta es que siempre tengo las tardes de los viernes y fines de semana desocupados. Cuando entré a la universidad, jamás creí dedicarme a la psicología laboral y mucho menos a algo relacionado a la publicidad, pues tenía la idea de que un psicólogo debe estar en una sala y atender a una persona durante media hora y nada más. Al parecer nuestro campo es más amplio de lo que creía.

Caminé rápidamente las tres cuadras que faltaban para llegar al restaurante y almorzar una deliciosa cazuela.

Apenas entré en el lugar me golpeó el exquisito aroma a una cazuela casera, muy parecida a la de mi mamá. Cuando me fijé bien, noté que estaba lleno. Todas y cada una de las mesas y asientos estaban ocupados, sólo había una mesa para dos a la que le sobraba una silla, pero había un hombre sentado en una de ellas. No le pude ver el rostro, pues me estaba dando la espalda.

A mí se acercó Guido, uno de los meseros que casi siempre me atendía. Era un pelirrojo de ojos azules bastante guapo, pero era solo un poco más alto que yo y a mí siempre me han gustado los que miden sobre 1.80 –yo mido 1.66 aprox–.

–Hola, señorita Ellis, parece que tardó mucho, como podrá ver, está todo ocupado.

–Hay una silla vacía ahí, ¿la puedo ocupar?

–Tendría que hablar con el caballero, y, si no le molesta, claro que se puede sentar y le prepararé la comida con mucho gusto.

–¿Queda cazuela? –Dije sonriendo esperanzada de poder comer mi comida favorita después del trago amargo que tuve por la discusión con mi jefe–.

–Sí. Enseguida le traigo un plato.

–Muchas gracias.

Guido tiene casi mi edad, pero siempre me trata de "usted", no he podido lograr que eso cambie.

Me acerqué despacio hasta la mesa que tenía una silla extra y le hablé por la espalda, entonces no podía ver su rostro, tan sólo noté un cabello bastante oscuro.

–Hola, disculpe, –miré mi reloj–, tengo veinticinco minutos para almorzar y no hay ningún lugar vacío aquí, ¿podría ocupar este sitio?

Todo sucedió como en cámara lenta. El desconocido se dio la vuelta y sus ojos se encontraron con los míos. Esos delicados ojos azules con tenues toques de verde y gris. Por más que quise, nunca he visto unos ojos exactamente iguales, creo que son únicos. Sentí una fuerte punzada en el pecho.

–Gia...

–Julián –solté con un suspiro–.

–Ha pasado mucho tiempo... –dijo perplejo por mi repentina aparición–.

–Lo... sé –quería decirle tantas cosas, que se agolparon en mi garganta y no dije nada–.

–Amor, ¿quién es ella? –escuché una voz a mis espaldas–.

A pesar del tiempoWhere stories live. Discover now