Capítulo 23

47 0 0
                                    

Julián

Abril, 2012

Las discusiones son mañana, tarde y noche. Gianna y yo llevamos un mes viviendo juntos y cada vez es peor. Mis clases terminan a las 18hrs y ella me envió un mensaje de que necesita hablar conmigo, que por favor llegue al departamento lo antes posible. Ya no sé qué habrá pasado. A lo mejor se enojó porque no dejé los cubiertos ordenados por color –tenemos dos juegos: uno verde y el otro rojo–.

Una vez que entré en casa, ella estaba en el living.

–Hola –saludé cortante–.

–Julián, necesitaba hablar contigo para quitarme un peso de encima y creo que puede ayudar a disminuir las peleas.

–En lo que contribuya a disminuir nuestras discusiones, te apoyo.

–Es sobre lo que pasó hace muchos años, yo... –hizo una pausa y luego continuó– necesito pedirte perdón por aquellas veces que no te traté como debí hacerlo...

–Mejor no hables, cambié de opinión –puse los ojos en blanco–.

–¿Por qué?

Sentí como mi rostro reflejaba tristeza: mis ojos se llenaron de lágrimas y mi labio inferior comenzó a temblar.

–Por esto no quería que hablaras. Todos estos años he intentado apartar esos malos momentos de mi mente y ahora que lo mencionas volvieron todos de golpe.

–Dime. Dime todo lo que tengas guardado desde aquellos días y luego yo te digo lo que me pasaba para actuar así. ¿Te parece?

–Me parece.

En el momento en que abrí la boca para comenzar a decirme lo que anhelaba, comencé a llorar. En mi mente aparecieron sus duras palabras donde me sentía un estorbo, recordé cuando me acurrucaba con mi mamá a llorar porque la niña que me gustaba me trataba mal, luego me ignoraba y se enojaba por nada, o sea, aguantaba todo lo que otros podrían decir, pero focalizaba su rabia en mí. Nunca entendí el porqué de su actitud, a pesar de que intentaba de entenderla, no encontraba alguna justificación. Pensaba que yo era el problema, pero tampoco entendía qué estaba haciendo mal. Cuando hablaba me ignoraba o me gritaba.

–Nunca entendí tu actitud conmigo y me dolía que fueses de esa forma conmigo.

–¿Vas a decirme algo más? Fueron muchos años...

–No, en eso se resume todo.

–Ok. Me toca. Actuaba así porque siempre he sido muy estructurada y cuando me decían algo me lo tomaba en serio –la miré confundido–. Aquella vez que dijiste en mi casa que yo te gustaba porque era diferente a las demás, desde chico tenías tremenda labia –rió, pero yo no–, ese mismo día había escuchado que le decías a tus amigos que te gustaba Cande, dos días después dijiste que te gustaba Carol, a la semana siguiente te gustaba Sabina... ¿ves? No te podía tomar en serio y me enojaba porque siempre decías que te gustaban otras chicas, pero nunca yo. Jamás le dijiste a tus amigos que yo te gustaba y lo tomé como que te avergonzaba. ¡Te gustaban todas las chicas del curso y yo no!

–Pero...

–Déjame terminar, ya fue tu turno. La época del colegio fue muy difícil para mí, por los problemas con mis compañeros y estaba todo el día tensa. No sabía... no sabía qué hacer para que me aceptaran –su voz se quebró e hizo una pausa antes de continuar–, cada día era más difícil que el anterior. No supe manejarlo.

–Tenías 6 años. No seas tan dura.

–Pero luego fui creciendo y actuaba de la misma manera contigo y no te lo merecías. Lo siento mucho, perdón. Cuando teníamos unos 13 años, recuerdo que entendí todo y te quise pedir disculpas, pero nunca se dio la oportunidad. Fue en una conversación entre tú, una amiga y yo. Ese día estábamos hablando de cuantos nos habían gustado, mi amiga te preguntó y antes de que pudieras responder, recuerdo haber dicho "a ti te gustaban todas" y en ese momento me miraste fijamente, con total seriedad, tus ojos se veían más azules que nunca y dijiste: "decía eso para que no supieran quien me gustaba de verdad". Cuando comenzó el otro año, no volviste a saludarme y hacías como si no existiera, al principio no lo entendía, pero luego comprendí que era por todo lo que había pasado años atrás. Eso era lo que tenía para decirte.

–Muchas gracias por todo. Nunca esperé esta conversación.

Sin decir nada más, avancé hacia mi cuarto y cerré la puerta suavemente.

Me senté en la cama, abracé un cojín peludo celeste que tenía en la cabecera de la cama y comencé a llorar mientras mi cabeza intentaba llegar a un acuerdo entre las dos versiones de la historia. 

A pesar del tiempoWhere stories live. Discover now