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—Ya llegué a casa.

Kenma apartó su mirada de la pantalla de su pequeña consola con el que jugaba con cuidado, para darle un leve vistazo a su madre, que estaba frente suyo. Totalmente indiferente a la llegada de ella, volvió a pegar sus ojos a la consola, sin decir ni una palabra y continuando la lectura.

Hinata, a diferencia de él, reaccionó con mucha mayor alegría y energía a la llegada de la mujer, saludándola con la mano y sonriendo entre dientes, con las mejillas llenas de comida. —¡Hola, señora Kozume! — Apenas se le entendió al hablar, y terminó casi por atragantarse con las papas fritas que se estaba zampando.

—¡Hinata, te dije ya no se cuantas veces que sólo me llames por mi nombre! "Señora" me hace sentir muy vieja. — Rezongó cariñosamente la mujer de mediana edad, poniendo una cara dramática.

—Pero es que decir su nombre me hace sentir muy raro, siento cómo si le estuviera faltando el respeto.

Luego su mirada se fue en dirección a su hijo, y fingió estar dolida ante la indiferencia de éste. —¿Y tú? ¿No vas a saludar a tu mamá después de semanas de trabajo?

—Hola, mamá. − Respondió el muchacho, cómo por compromiso, aún sin despegar su atención de la pantalla.

—Tan cariñoso cómo siempre. Veo que la pasaron bien mientras no estaba. — Las ojos grandes de Kaori Kozume recorrieron la mesa, repleta de bocadillos, y con la televisión encendida mostrando lo que parecía ser una película de comedia.

Kenma Kozume no era más que un adolescente común entre todos, no tan energético cómo su Hinata, tampoco el prodigio de su familia. Era tan sólo un jovencito rubio y delgado de 14 años, de ojos amarillos y bajito, no era especialmente expresivo o agradable, pero si con una gran hiperfijación hacia cada videojuego que se estrenaba en el año. Vivía día a día con su particularmente diminuta familia, que era solamente conformada por él y su madre divorciada.

Pero recientemente, Hinata había venido más de lo normal a acompañarlo en su soledad. Secretamente, el rubio lo agradecía.

—¿Kenma? ¿Podrías comprar algo de arroz y unas cuántas verduras para hacer el almuerzo? Vengo muerta del trabajo. − Pidió la madre de la familia, mirando a su hijo con una sonrisa, éste se levantó y lo miró a través de sus lentes.

—Ésta bien.

—¡Espera, espera, te acompaño! Voy para allá. — Kenma observó con una expresión indescriptible cómo su pelirrojo compañero de clases se terminaba toda la bolsa de papitas en cuestión de segundos.

—... Te las podrías haber comido en el camino. — Dijo, con los ojos entrecerrados. Y ambos fueron en silencio hacia el almacén más cercano.

Sin embargo, un grupo de chicos se les había adelantado a la llegada del negocio. Había una fila considerable dentro, y eso que era domingo. Al inicio de la fila habían dos perfiles que Kenma reconoció inmediatamente. Apartó sus ojos de ahí.

—¡Oye! — Shoyo ya había captado la situación. —¡Esos son...!

—Vamos, Kuroo, sólo serán unas cervecitas, nada muy caro, ¿crees que los chicos se van a conformar sólo con leche y té en tu casa? Anda.

—Si quieres emborracharte encárgate tú de la mercadería. Paso de gastar mi dinero en eso.

—¡Pero es lo principal! Una fiesta sin alcohol es cómo... Cómo... ¡No es una fiesta!

—Ya he dicho. Si quieren alcohol que ellos traigan el suyo. — Kuroo se mantenía firme de espaldas y pagó lo correspondido. Los bolsos con los que cargaba contenían bolsas de papas y doritos, además de unas enormes bebidas energéticas. No era nada muy diferente a la dieta con la que él e Hinata estaban alimentándose ésta mañana.

FragilidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora