11.

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Cinco y veintinueve de la mañana. El día de las estrellas en Japón había oficialmente concluído. Ahora, Kenma buscaba distraer su mente, faltaban unas últimas piezas para que su avioneta de palos de madera quedara completa. Las ventajas de tener una madre que trabajaba casi la mayor parte del tiempo era poder quedarse la casa para él mismo, por lo que eso incluía quedarse despierto las horas que quisiera sin que alguien entrara y lo regañara por ello. El televisor viejo de su cuarto estaba encendido, no había ningún programa en especial que le interesara a esa hora, dio un vistazo a la pantalla por décima vez, cómo si eso lo ayudara a quitar los recuerdos de la noche anterior.

Kuroo estaba demasiado adormilado cómo para poder caminar unos pasos más, apenas llegó a su habitación, se lanzó a la cama. Sin siquiera molestarse en quitarse los vendajes.
Antes de abandonarse al sueño, llamó el nombre del rubio una vez más.

"¿Aún no te has ido?" Río suavemente, y tratando de esforzarse para no sonar demasiado cansado. "Oye Kenma, quería darte las gracias por todo lo que has hecho por mí, hasta ahora."

"..."

"Hablo de ésto, de encargarte de todo ésto, de mí, no sé cómo no te cansas, pensé que te aburrirías, pero no lo has hecho."

Las palabras sencillas de su compañero carente de vista le dolían cómo agujas. Nunca había sentido tantas ganas de abrazar a alguien.

"Gracias por todo, buenas noches."

Habían cosas que no se podían explicar. Kuroo era una de ellas.
Kuroo fue el primero, además de Hinata, que se quedó ahí sin rechistar y sin decir nada, porque los demás chicos, se alejaban con facilidad, intimidados por esa mirada inexpresiva, y aburridos por su poco manejo del habla.
Era inexplicable, y aún así, lo quería con su alma.

"¿Entonces estás ahí por que lo quieres?"

—No. Sólo es lástima. — Murmuró entre dientes, mientras limpiaba la avioneta de madera por cuarta vez consecutiva. Lástima. Eso era todo. Lástima por ese pobre, inútil, estúpido y patético chico mayor que no podía ver. Con un accidente cómo ese, sería cruel de su parte no ayudarlo. No debía confundir un repentino ataque de compasión con algo más.

Sin embargo, sí habían muchas cosas más que no podían explicarse; esos sentimientos de lástima desaparecían con cosas tan simples cómo oírlo reírse a carcajadas por algo tonto, esa risa que tanto odiaba, tan contagiosa y tan preciosa. Tampoco podía adivinar por qué los nervios le crispaban horriblemente cuando sus pieles estaban cerca, cómo hace unas pocas horas. Y, maldita sea, esa última conversación bajo la vigilancia de las estrellas. Las señales indicaban el obvio camino, pero Kenma se rehusaba a seguirlo, no quería admitirlo.
No quería ver la respuesta, porque era obvia, y no le gustaba.

Entonces pensó en sus ojos...

—No puede ser. — Gruñó, hundiendo su cara en la almohada. —Bien hecho, Kenma, te enamoraste del idiota del frente. — Se regañó a sí mismo, sintió ganas de darse una bofetada, al instante, paró, eso no podía detener lo que estaba sucediendo. Lo hecho estaba hecho.

—¿Te gusta Kuroo?

—¿Shoyo? ¿Estabas despierto?

Shoyo se había quedado a dormir por esa noche, aunque dijo que se mantendría despierto por toda la madrugada, fue el primero en quedarse dormido. Sus ojos avellana estaban adormilados.

—Desperté recién, tuve un sueño raro. — Respondió. Entre bostezo y bostezo, se acurrucó a un lado de su amigo. Por suerte, no notó cómo el blanco rostro de Kenma se había puesto de mil colores distintos al ver su presencia. —¿Escuché bien? ¿Te gusta Kuroo?

FragilidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora