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Las últimas capas de vendajes fueron finalmente apartadas y las temidas heridas de las que Kuroo tanto se aterraba de mostrar se habían expuesto momentáneamente. De forma espontánea el ambiente se volvió tan horriblemente tenso que ni él mismo estaba seguro de poder aguantarlo, para colmo, un silencio devastador se apareció en cuanto su rostro fue expuesto. No podía verlo, no podía estar seguro de lo que estaba pensando ahora, y tratándose de alguien tan particular cómo lo podía ser su vecino, cualquier cosa podría suceder. Esperaba oír un grito, un jadeo, algún chillido ahogado, cualquier signo que delatara el horror, la reacción más normal que cualquier persona podría tener ante una vista cómo aquella, pero nada oyó de su boca. No se atrevía a preguntar, pero Kenma tampoco decía nada. El inesperado silencio lo estaba impacientando, ¿y si se había ido del cuarto? No, no era posible, de ser así podría perfectamente haber oído pasos rápidos y el sonido de cerrar la puerta. Pensó en alguna otra conclusión. A lo mejor las heridas de sus ojos no eran tan graves cómo él pensaba, sin embargo, eso no encajaría con el hecho de que se haya tenido que quedar tanto tiempo en el hospital.

Dejó escapar un quejido al sentir cómo la yema de los dedos pasaba con suavidad, cerca de las zonas heridas provocando un ligero dolor. ¿Eso podría contar cómo una reacción?

—Cómo pensaba... — Fue lo que respondió el rubio, mientras examinaba las innumerables lesiones. —No es nada del otro mundo.

Que indiferente se escuchó con esa corta frase. Definitivamente nada, ni cerca de lo que se imaginaba. Los médicos normalmente soltaban suspiros y palabras tristes cada vez que lo revisaban, cómo si padeciera una enfermedad terminal. Su madre, bueno, no quería ni recordarlo, pero tampoco había sido una reacción demasiado positiva que digamos. Ni siquiera sus otros compañeros de Nekoma podían reunir el valor de verle sin los vendajes. Sin embargo, Kenma fue un caso diferente. Completamente ajeno a lo que podía esperar, no soltó un grito de terror, no salió huyendo, ni siquiera se dignó a burlarse. Pero su particular frase de que no era del otro mundo era lo más cercano a una reacción positiva, era probablemente la mejor reacción que tuvo entre todos sus vínculos, tomándolo de esa forma, el chico ciego sacó una carcajada que liberó todos los nervios, asustando a Kenma.

—Pensé que te asustarías, o bueno, esperaba cualquier cosa menos esa reacción. Creo que eres el que mejor se lo tomó. Mamá gritó al verme, pensé que tú estarías igual.

Ambos volvieron con un breve silencio. Pero ésta vez ninguno de los dos se sentía aterrado, el ambiente volvió a relajarse. Antes de proceder con la limpieza, el pequeño se dio un tiempo para observar de cerca sus heridas. Cómo era obvio, estas se extendían por toda la zona de los ojos, incluso llegando cerca de la nariz, la mayoría de las lesiones estaban cerradas en largas, largas cicatrices, pero otras lesiones seguían abiertas, sin mencionar que habían rastros de sangre seca por doquier.

Muchos podrían agachar la cabeza, sentir lástima y afirmar que eran heridas horripilantes, y que probablemente jamás podrían sanarse. Pero a Kuroo ya no le importaba que tan cierto podía ser, si su mejor amigo no se había asustado y le aseguraba que no era nada del otro mundo, entonces no había nada de que preocuparse. Con éste pensamiento, todas sus preocupaciones desaparecieron y una aliviadora sensación de calma se apoderó de él, llevándolo a extender una sonrisa, que causó que aquella misteriosa sensación de calidez volviera a subirse en Kenma. Éste sólo balanceó sus pies avergonzado y con el ceño fruncido, evitando a toda costa mirarlo de nuevo.

—Exagerada... — Masculló.

—¿Uh?

—Que tu mamá es una miedosa exagerada.

Kuroo sólo río a carcajadas ante el insulto, llegando incluso a cubrirse la boca para detenerse, sin poder lograrlo. El otro, por el contrario, se mantenía con su seca expresión de enfado. Quería reír también, pero el calor en su rostro seguía sin querer irse y eso lo estaba molestando.

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