9.

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Kenma abrió los ojos de golpe. No había tenido ninguna pesadilla, pero a los minutos de despertar inmediatamente pudo percibir un aura pesada alrededor. Trató de concentrarse en lo que veía, todavía era de noche, no sabía que hora exactamente, pero supuso que era más tarde de lo que creía, más allá de su ventana todo era sereno y silencioso. Sin embargo, algo no estaba bien.
La puerta de su cuarto estaba abierta, miró, su mamá seguía durmiendo, todo seguía perfectamente ordenado.
Pero ésto no lo convencía, impulsivamente y llevado por la paranoia, regresó a vigilar desde su ventanal.

Una silueta capturó su atención afuera, pudo haber pasado desapercibido de no ser porque se podía apreciar algo raro en su caminata, parecía dirigirse hacia el otro lado del vecindario, pero sus pasos eran torpes y demasiado rápidos, incluso lo vio al borde de tropezarse dos veces, era alto por lo que se veía, y un perfil muy...

No lo pensó dos veces, tomando un abrigo rojo y poniéndoselo con velocidad. Salió disparado de su casa en busca de Kuroo.
Lo vio en la esquina, siguiendo su rumbo cómo si tal cosa, lo primero que pensó fue en gritarle y si hacía falta llevárselo a la fuerza, pero caminaba tan rápido que en cuánto quiso alcanzarlo ya había desaparecido de su vista. Gruñó en plena frustración. Sin rendirse, comenzó a correr, a los pocos minutos lo volvió a ver, seguía en rumbo a una dirección que jamás había ido antes, pasando por un camino de tierra lejano que llevaba a un pequeño bosquecillo.



—¿Tú no piensas? — Fue lo primero que le dijo, su voz baja y al límite de la paciencia, aunque sintiéndose aliviado de por fin haber podido detener su recorrido largo. Su respiración era pesada y agitada, no era precisamente un buen corredor, y hacerlo tan seguido lo había dejado agotado cómo si hubiera participado en un maratón, eso solo hacía que estuviera más irritado con la situación. —¡Un auto te pudo haber matado si no veías, tarado! — Le gritó, apenas recuperando la voz.

Kuroo volteó, fuera de sí, y tratando de seguir la voz llena de rabia de su mejor amigo, que fue una de las últimas cosas que podía esperarse dentro del sitio en donde se encontraban. Trato de guiarse a través de su buen sentido del oído. Estaba muy cerca, aparentemente.

—¿Kenma? ¿Como es que me encontraste?

—Porque desperté hace poco y te ví afuera.

Debían ser alrededor de las cinco de la mañana. Sería imposible recuperar el sueño después, para peor, tenía escuela. Los grillos se entremezclaban contra las respiraciones agitadas del pobre Kozume, quién se agarraba las rodillas y continuaba descansando después de todo.

—No te creo. — Subió su cabeza, Tetsuro había puesto una estancia mas seguro y sonreía de esa manera estúpida que hacía cuando quería empezar a hacerse el gracioso. —¿Sabes? Que estoy empezando a creer que en serio me espías, rarito. En todo caso, no te culpo, casi todos los días me despierto y soy mi propio fan.

—Ese no es el punto... — Kenma gruñó, finalmente se rindió, no quería hacer las cosas más largas. —¿Qué te pasa, Kuroo? ¿Por qué viniste acá? — Dándose cuenta de que sonaba más demandante de lo que quería, se encogió de hombros. —Es raro, y peligroso.

El chico ciego movió su cabeza hacia el cielo con gesto cansado, cómo si estuviera escuchando un sermón de moralidad de parte de un profesor. —Estaba aburrido, ¿vale? La gente hace cosas raras y peligrosas cuando está aburrida. Yo vine acá. Fin de la historia.

—Viniste acá.

—Sí.

—A un lugar desolado y oscuro en medio del bosque.

—Claro.

—En medio de la madrugada y con un frío horrible.

—Exacto.

FragilidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora