14.

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El cielo desprendió su último rayo de sol antes de que se transformara en un opaco violeta oscurecido. Esa noche se atormentaba con corrientes de frío y parecía empeorar. Kenma se dió un tiempo para respirar cómo un loco después de frenar la bicicleta en su lugar; desearía haber tomado las palabras de Kuroo más en serio acerca de lo lejano que estaba el carnaval, el recorrido en bici se había sentido más cómo un viaje a otra ciudad. Pero se distrajo en cuánto el chico mayor chilló cómo un animal indefenso en cuánto trató de caminar con sus pies entumecidos.

Al menos, el lugar prometido se encontraba cómo lo imaginaba delante de sus ojos, se podían esperar luces esporádicas por todo el parque, al fondo se podían apreciar mejor las atracciones que el evento tenía que ofrecer en sus últimos días antes de cerrar. El rubio arrugó su nariz, era demasiada gente y le daba alergia, prefería mirar de lejos cómo un espectador en el circo. Por otra parte a Kuroo le bastó con escuchar los gritos atropellados de la gente dentro de la feria para brillar de entusiasmo. Kenma no lograba terminar de entender la emoción, pero había sido su idea, y si su idea conllevaba a verlo a él, feliz y fuera de las terribles condiciones en las que día a día tenía que pasar dentro de su hogar, entonces no se quejaría de nada más.

Caminando con lentitud. El rubio describía cada una de las cosas llamativas que veía a su paso. Kuroo no se aburría de escucharlo. —Hay muchos, muchos dulces, algodón de azúcar, artesanía rara, objetos de colección. Hay una grúa de esas en las que puedes conseguir peluches y cosas cómo esas. Siempre lo odié. – Su nariz se frunció. Esos animales de peluche encerrados dentro de la grúa parecían siempre burlarse de él. —También... Hay muchas atracciones, pero...

—No aptas para alguien cómo yo, ¿no?

—Calla, debe haber algo. — Kenma insistió en buscar. Descartó la montaña rusa, que le daba vértigo. El carrusel era más aburrido que él mismo. Y no podía siquiera pensar en los juegos de puntería, gruñó, se sentía cómo un estúpido. Porque, ¿qué puedes hacer cuando eres ciego y vas a un parque de atracciones? ¿Cuál era la gracia?

—¿No hay una rueda de la fortuna? — Preguntó Tetsuro, mostrándose esperanzado, para su respuesta, sí, sí había. A la larga distancia se veía una flamante rueda de la fortuna, con una fila kilométrica pero con luces fosforescentes multicolores que tentaban a cualquiera a subirse. A pesar de ésto, Kozume no estaba muy convencido con la idea, no era porque le dieran miedo las alturas, sino que...

—Es lo mismo que el carrusel, ¿no?

—¿Qué dices? ¡Claro que no es lo mismo! ¿Sí sabes cómo es estar en una de esas?

—Pero es lo mismo, es una cosa que da vueltas y ya, ¿qué hay de espectacular?— La desgana en la monótona voz de Kenma desesperaba a Kuroo.

—Vamos a subirnos, Kenma, verás que el estómago te va a dar vueltas.

El chico de cabello rubio no estaba tan seguro cómo su moreno amigo, las intenciones eran buenas, y le gustaba, pero aún así.

No recordaba haber subido a una rueda de la fortuna nunca, pero suponía que no era muy diferente a lo que sería subirse a un carrusel, vueltas y vueltas, y nada especial. Jadeó cuando de un segundo a otro sintió como la rueda comenzaba lentamente a girar para atrás, cuando sus pies se separaron de la tierra y la noria comenzó a subir, se dió cuenta de lo equivocado que estaba.

—¡Ésto es...!
—Te lo dije. – Kuroo río.

Transcurrieron cinco minutos en los que progresivamente la rueda comenzaba a girar cómo loca, no tan veloz cómo lo sería una montaña rusa. Kuroo Tetsuro estaba eufórico cómo jamás en su vida, los nervios se habían ido. Sentía que volaba, con la seguridad del cinturón y una mano tibia rodeando la suya. Adrenalina cantando debajo de su piel, sus tobillos flotando, sumidos en el aire, y su estómago dando vueltas cómo un tíovivo. Si ésto era lo más cercano a convertirse en un ave, entonces no le importaría transformarse en una y volar para siempre.

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