16.

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Kuroo apenas pudo pegar ojo esa noche, estaba demasiado inquieto y sus pensamientos no le permitían relajarse lo suficiente para dormir. Se hundía debajo de las sábanas cómo refugio, pero la sensación del peligro afuera seguía ahí.

Se tardó más de un minuto en darse cuenta que el monótono sonido del teléfono no era parte de su imaginación, sus ojos que carecían de vista no querían despertar, ni levantarse, quién sea el que decide llamar en medio de la noche. Con el pelo desordenado, lleno de sueño pero más convencido, sus torpes pasos llegaron hasta el escritorio de su cuarto, sus manos palparon hasta tocar el teléfono y habló:

—¿Hola?
Un silencio de medio minuto pasó, tras unos breves segundos, ahora se escuchaba una especie de aliento contra la línea. Kuroo frunció las cejas. —¿Quién es?

—¿Kuroo? — Una adorable tos interrumpió aquella vocecilla de libelula que llamaba su nombre. —Hola, perdón si te he despertado.

—¡Kenma! – Kuroo gritó, sin medir su emoción. Con sus dos manos aferró el teléfono tan cerca de su oído que parecía un arete pegado en su oreja. —¡Kenma, de verdad eres tú!

—No grites...

—¡Te extrañé tanto!

La sonrisa del chico ciego no tenía precio, incluso sintió cómo el dolor de sus ojos, que era típico al despertar, se apaciguaba.

—Te dije que no grites... – Kenma siseó. —Ni siquiera pasó tanto desde la última vez que estuve contigo, rey del drama. – Éste se recostó en su camilla, al mismo tiempo en el que sus dorados ojos buscaban con recelo en la sala, alertado de que alguien pudiera pasar y escuchar. —No me dejan llamar a éstas horas, no sabes todo lo que tuve que pasar para conseguir un teléfono, así que a callar. – La risa sofocada de Kuroo dio por unos segundos antes de terminar abruptamente a partir de eso.

—Ya estás en el hospital, ¿no?

—Sí, ya sabes que me quedaré aquí por un tiempo.

La lluvia golpetea fuerte contra el cristal del ventanal, gota tras gota corriendo contra el vidrio. Kenma, atento, ve cómo dos gotas unidas se separan para comenzar una carrera hacia los bordes de la ventana. Una de ellas inexplicablemente logra salvarse y se mantiene apenas quieta, la otra es más rápida y colisiona en una de las esquinas del vidrio.

—Cuando te conocí, tú eras el que estaba en el hospital. Ahora es al revés. – Observa. Es medio divertido, aunque no sonríe.

—Se supone que tú tenías que cuidarme, no me digas que ahora yo tengo que hacer todo el trabajo.

—Tal vez.

—Ya quisieras.

—De todos modos, éste lugar es un asco, no puedo entender que aguantaste estar más de una semana aquí. – Tetsuro farfulla estruendosamente a través de la línea telefónica.

—Oye, oye, tú por lo menos... Tienes algo que mirar.

—Ni eso. Todos los días es ver lo mismo. Despiertas y es todo blanco, lo primero que oyes es a los otros pacientes quejarse por el dolor. Es bastante deprimente, la verdad.

—Así que me llamaste a mitad de la noche solo para quejarte de tu vida en el hospital. — A pesar de que no estaban viéndose físicamente, Kenma adivinaba que Kuroo estaba sonriendo cómo un gato al pronunciar ésta frase.

—Claro, cómo pude ser tan desconsiderado, si me imagino que debes estar de por medio de ocupaciones mucho mas productivas y más importantes.

Las carcajadas de Kuroo Tetsuro suben y bajan de nuevo por la linea telefónica, el rubio se sacude en su cama al escucharlas y gruñe, aunque desgraciadamente no puede despegar la tonta sonrisa de su cara.

FragilidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora