7.

70 9 0
                                    

Mira a su alrededor, el cielo se ve más radiante que nunca y ya no hay oscuridad absoluta cómo antes, los minutos suceden con una rapidez anormal, todo está recubierto de florecillas. No sabe donde se encuentra, donde están todos, si acaso aún sigue vivo, pero algo por dentro le grita mantenerse alerta, incorporándose se da cuenta que los temores se hacen realidad cuando descubre que no está del todo sólo, pues frente suyo un cuerpo se encuentra, descansando sobre aquel extraño campo de flores, su rostro no es visible, pero entre las flores se veía cabello rubio y tan radiante cómo el cielo que los veía. Es ahí cuando lo reconoce instantáneamente, lo llama, trata de ir hacia él pero, ¿por qué sus piernas no quieren responder? Hace un último intento para correr hacia esa persona que dormía, pero antes de poder hacerlo, el triste chico durmiente desaparece. Todo desaparece.

Y despierta de golpe, la oscuridad regresa y se da cuenta que todo aquello era un sueño, aparentemente. Repentinamente le entran ganas de echarse a llorar, el cielo, la tierra, todo era igual cómo la última vez que lo vio, tal y cómo lo recordaba, bueno, exceptuando por ese extraño cuerpo tirado en las flores, eso jamás lo había visto, pero ya no importaba, la realidad le golpeó y recordó que su ceguera estaba ahí presente. La única buena noticia es que el dolor agudo que sentía en la zona de sus ojos había pasado. Traspasó sus dedos cuidadosamente más arriba de sus pómulos, sintiendo un poco de sangre seca en ellos. Busca con sus manos los vendajes puestos a un lado de su cama, para luego ponérselos alrededor de sus heridas en silencio. Un día más sin poder ver nada, a dos semanas de haber sido dado de alta en el hospital.

La única manera de poder volver a usar sus ojos, pero sin usarlos a la vez, era entre sueños. Éste pensamiento lo estremeció.

A todo ésto, ¿qué horas eran? No podía ser tan tarde, la noche anterior había dormido mucho más temprano de lo usual.

No se podía hacer mucho cuando te faltaba la vista, si no hubiera ocurrido nada, probablemente ahora estaría en la escuela muriéndose de aburrimiento, jugando volley junto a los chicos, o cualquiera de esas cosas que hacía siempre cuando no estaba en su hogar. Pero no, el triste y aburrido Kuroo yacía tirado en la cama, no se tomó la molestia de contar cuanto tiempo estaba ahí desde que despertó. Gruñó. De cualquier manera, apenas podía reaccionar ante una pequeña pero fuerte luz que se mantenía, supuso que era temprano y estaba saliendo el sol. Quería salir, pasearse por allí o lo que sea, ¿era posible? No, no lo era, estaba en su punto vulnerable máximo y eso era una desventaja enorme, cómo pueden imaginarse.

"De ahora en adelante ni se te vaya a ocurrir salir sólo, ¿oíste? A menos que esté yo o ese niño de al frente, no vuelves a salir y punto." eso fue lo último que su madre le había dicho el día anterior. Para él todo era un infierno, y aseguraba que estar ciego era cómo estar castigado de por vida, no podías salir, no podías correr, no podías ver a nadie, no podías hacer nada divertido. Pensaba que las cosas serían diferentes en cuanto saliera del hospital, que decepción se había llevado cuando descubrió que era incluso peor.

"La vida de ahora en adelante será mucho mejor, ¿no?" se dijo, la ácida ironía picándole en la punta de la lengua.

Estaba sólo, sin nadie más que sus propios pensamientos para acompañarlo. Dejó escapar un suspiro, molesto. Diría que incluso estar atrapado en una clase de literatura ahora mismo sería mil veces más entretenido que estar ahogado en sus sábanas sin ser capaz de ver más que oscuridad y más oscuridad. Estar en esas condiciones le restaban horas de colegio, obviamente, ¿pero de qué servía si ya no podía ni hacer nada? Era completamente injusto y sin sentido. Maldijo en voz alta y trató de volver a acomodarse en su cama, si tan sólo Kenma estuviera aquí, seguro a él se le ocurriría hacer algo y podría salvarlo de su desdicha. No podía ni llamarlo.

FragilidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora