—¿Qué dices?
Y Kuroo repitió, más claro y más lento.
—Que no fue ningún accidente.—Pero me lo dijeron en el hospital. Shoyo me contó todo, que estabas jugando con unos petardos y perdiste el control, ¿no?
—No. No es así.
El rubio lo miraba con incredulidad. Kuroo estaba de espaldas, totalmente inmóvil, parecía que súbitamente un rayo le había arrebatado la capacidad de moverse. Ni siquiera llegando a doblegarse por las temperaturas de la noche que bajaban y bajaban. Kenma, en un intento de acercarse, vió cómo el chico ciego sólo respondió alejándose aún más. De repente, la corriente de aire gélido se había llevado definitivamente todo fragmento de calma, los pocos que quedaban.
Sintió un recio impulso de ir, quitarle los vendajes y mirarlo directamente, saber si acaso hablaba en serio. Hasta ahora, sólo pudo limitarse a preguntarse...
"¿Qué ocurrió?"—Ni siquiera fue culpa mía. — Asegura, dejando escapar unas carcajadas que sólo aseguraban que algo no estaba bien. —Oye, Kenma, ¿todavía te acuerdas cuando llegué a éste vecindario y tú nos ayudaste a bajar las cosas de la mudanza?
En ese entonces era aún más pequeño, Kozume no paraba de comparar los ojos de Kuroo con los del color del oro, y le asombraba conocer a otra persona además de él que tuviera los iris así. En un momento le preguntó si acaso venía de otro planeta, puede ver a su madre también, dándole un buen sermón en frente de ellos por hacer preguntas así y diciéndole que era de mala educación señalar cosas de los demás. Kuroo ríe mostrando los dientes y dice que no pasa nada, que no se sentía mal, que no era la primera vez que se lo decían.
Sí. Sorprendentemente, lo podía recordar a la perfección.—Todo era diferente antes de llegar a éste lugar. Sólo éramos tres. Mis padres y yo. Papá hacía lo que podía para poder llevarnos adelante a mí y a mamá, y en realidad, jamás nos fue muy bien con el dinero. Mientras mis padres trabajaban, yo me quedaba en la casa. No me importaba, y luego, luego me acostumbre a estar solo.
Era curioso escuchar aquello viniendo de él, alguien que siempre lo veía rodeado de personas esté donde esté. Kuroo era un conversador por naturaleza, por lo que la gente que lo conocía le encantaba su genuina actitud de interés en todo, ¿cómo podía entonces acostumbrarse a estar solo y darle lo mismo? El chico de cabellos de trigo comenzó a considerarlo, algo no estaba bien, hasta que lo pensó: "Siempre rodeado de amigos, pero pensándolo bien, muy pocas veces hablaba con sus papás, éstos nunca estaban."
Antes de poder seguir pensando, Kuroo ya estaba pasando a lo siguiente.
—Un día, nos enteramos que a mi papá le diagnosticaron una enfermedad desde hace meses, nos lo había ocultado, pero mamá se enteró por los papeles del médico que tenía escondidos. Ella siempre tuvo un temperamento fuerte, pero también era muy débil, se había molestado tanto, que yo creía que se iban a divorciar y me dejarían sólo, tal vez en un internado. — El ciego suelta unas carcajadas, sin embargo, lejos de parecer divertido ante la historia, su característica risa ésta vez sonaba errática, vacía, parecida a un eco perdido dentro de una cueva. A Kenma no le parecía una historia muy divertida, las sospechas crecían, y por algún motivo que desconocía, también lo atormentaba una sensación de estar con la guardia en alto. —Papá fue al hospital y se quedó ahí, mi mamá no podía pagar la renta de nuestro hogar anterior, por lo que me llevó aquí, a una casa mucho más pequeña. Además de eso, comenzó a trabajar ella sola, todo para mantenerme bien a mí y para pagar los remedios de mi padre, que aún seguía en el hospital, empeoraba mientras que los días pasaban, así que las pocas veces que veía a mi madre dentro de casa, trataba de animarla llevándola aquí, a éste sendero que estás viendo ahora mismo.
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Fragilidad
عاطفيةKuroo es un joven de 16 años, popular, inteligente y rodeado de amigos, cualquiera diría que tenía su vida sobre ruedas. Sin embargo, la suerte cambiaría rotundamente para él tras llegar un día donde tras un terrible accidente, pierde la vista de fo...