Capítulo 8

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      Capítulo 8

 

Se recostó sobre el vidrio de la ventanilla. Le daba vueltas la cabeza. Realmente ver tantas parcelas de campo interminables estaba hartándolo.

       Finalmente lograron conseguir algo de nafta para el Ford, y Lyod lo invitó a subir para llevarlo a su casa. Misha, indiferente al parentesco que podría tener el muchacho con alguien conocido para él, aceptó. Al fin y al cabo, no tenía otra parte donde ir.      

      Se quedó un momento observando el perfil del moreno. Su nariz recta y sus cejas gruesas le daban un aspecto bastante viril, sólo degradado por lo abultado de sus labios. Cuando se volteó a mirarlo con esos ojos verduzcos, no pudo evitar sentir que su estómago se revolvía, y no le hacía sentir justamente nauseas.

      —Entonces, ¿te vienes conmigo?

      — ¿Crees que no habrá problema con tu familia?

      —Hey, ¿recién ahora vienes a mostrar algo de pudor?—soltó una risilla y le revolvió los cabellos— Claro que no. Pero debes ir diciéndome qué harás luego.

     Misha se alzó de hombros, y se dio la vuelta para acariciar a Fernando, que venía en los asientos traseros cómodamente tumbado.

      — ¿Acaso te interesa saberlo?

      —Mmhh... ¿Te levantaste con el pie izquierdo?

      —No. Sólo fui sincero.

      Lyod se rascó la nuca.

      —Bueno, tienes razón. Lo pregunté por amabilidad. Realmente no me importa lo que hagas luego.

      Misha soltó una risilla.

      —La sinceridad ante todo.

      El moreno chasqueó la lengua, y viró en una curva.

      —Luego te quejas de que soy poco caballeroso.

      —Pero ya no vas a oír mis quejas. En poco tiempo me iré.

      Se miraron por un momento. Lyod alzó una ceja.

      —Vamos, ¿qué está pasando? ¿Noté algo de resentimiento ahí?

      —Ah, ah—negó Misha, con voz neutral.

      —Al menos... ¿tienes algo de dinero? ¿Irás con tu familia o qué?

      —Tengo algo guardado. Creo que me iré del país.

      Un silencio sepulcral invadió el automóvil. Se oía el ronroneo del motor al andar, y las respiraciones acompasadas del rottwailer, que se echó a dormir.

      —Emmhh... ¿vas a decirme qué diablos piensas hacer?

      —Supongo que huir lo más que pueda.

      —Para irte del país necesitas mucho dinero, y tú ni siquiera traes una muda de ropa. Además, eres menor de edad y...

      — ¡No hables como si fueras mi hermano!

      —Mira, niño terco, no puedes...

      — ¡No voy a oírte, así que cállate! Haré lo que me dé la gana.

      La Chevy se detuvo de una sacudida. Varias motitas de polvo revolotearon hasta la nariz de Misha, haciendo que soltara un débil estornudo. El conductor se palmeó las piernas, y giró la cabeza en su dirección.

Nos une la misma lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora