Capítulo 10

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      Capítulo 10

 

Vagó por las calles, sin rumbo, como un pero callejero. Las horas no tenían tiempo, no podían medirse en una cifra... era la nada, la nada misma, esa que los griegos tildaron de imposible, esa que es inconcebible. La nada misma formaba un hueco en su corazón.

      Las ruedas de su bicicleta ya no seguían el trecho recto por las calles; se volvían erráticas, como él mismo. Sin saber cómo, terminó frente a la rivera de una especia de laguna, una que le sonaba familiar pero no recordaba de dónde. El ocaso moría lentamente sobre sus aguas, que se mecían casi de manera nula; pero lo hacían, tan lentas como su respiración.

     Se sentó sobre una roca plana. Él no era más que un niño aún, ¿qué podría saber acerca del amor? Eso era algo que deberían discutir los adultos. Sus padres. Personas que vivieron mucho tiempo junto a la otra y sabían por experiencia qué hacía factible la unión cordial entre dos personas. Pero esa unión normalmente se mostraba en la figura de un matrimonio.

     Jess no podría casarse nunca con Sasha. Ni invitarlo como su pareja a cenar a su casa en la granja. Eso no tenía futuro. Eso no era más que una ilusión vacía... pero seguía esa presión en su pecho. Ese sentimiento. Esa palabra que no podía explicarse con el matrimonio ni con el tiempo ni con la nada misma: el Amor. Un amor tan fuerte que era capaz de cernirse entre dos personas totalmente diferentes, entre dos polos opuestos.

      ¿Es que ese amor no tenía más que el futuro de ahogarse en el mar de las ilusiones perdidas?

      En sus dieciséis años de vida jamás creyó formularse una pregunta así. Sus únicas preocupaciones era el estado de salud de sus padres, que al día siguiente los corderitos estuvieran tan alegres como siempre, que las recolecciones de fruta no bajaran, que sus hermanos no pasaran frío durante las noches...

      Él mismo se sintió simple. Inservible. Preocuparse no ayudaría a sus padres en nada, ¿Que sería de él en un futuro? ¿Un niño que vivía llorando tras los pantalones de un hombre que lo único que hacía era llenarlo de palabras dulces, y luego estrujar su corazón como una pasa? Su padres querían verlo formado en sus estudios. Un hombre en ciernes, una ayuda para ellos, no una carga.

      Así, sencillamente, llegó a la conclusión de que estaba perdiendo el tiempo. Sasha no era la respuesta, era la confusión, la pregunta que jamás se respondía.

      Se puso de pie y lanzó las cartas hacia la laguna. Vio cómo se hundían lentamente en sus aguas. No le interesaba. No iba a perder el tiempo con eso.

      Las lágrimas comenzaron a fluir. Pero no era por Sasha. Era por el hecho de percatarse, de que él no era nada. Y de que si continuaba así, jamás lo sería.  La noche comenzaba a acaecer.

      Se secó el rostro y volvió a la bicicleta. No iba a regresar a la casa de sus tíos. Primero debía hacer algo más.

     Recorrió las calles durante toda la noche. Sus piernas dolían, pero no iba a detenerse. Cuando la mañana llegó, descubrió que en un almacén cercano había salido un anciano a colgar en la entrada un cartel. Se acercó a leerlo:

SE BUSCA JOVEN PARA ATENDER EL LOCAL

      Jess soltó un chiflido para llamar la atención del dueño. Este se volteó, con el ceño fruncido.

      —Buenos días, señor.

      —Hum. Buenos días, muchacho, ¿qué buscabas tan temprano?

Nos une la misma lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora