Capítulo 14

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      Capítulo 14

 

 

El cielo de Moscú se abría intrínsecamente sobre la hilera de casillas, cuyos techos desiguales se perdían en la infinidad del pueblo. Desde la terraza, en las noches de verano, se tenía una mirada exquisita del lugar. El abuelo Ivanov se sentaba sobre un pilar y pasaba horas enteras reflexionando, con sus ojos oscuros perdidos en el tiempo, aquel donde sólo él podía acudir.

      Sasha retrepaba la enredadera que estaba en la lindera de la casa, y lo sorprendía haciéndole cosquillas desde la espalda. El anciano le sacudía el morro y alzaba en sus brazos al pequeño granuja.

       — ¿Ves todo esto, Alexandr?

      El niño asentaba con la cabeza. La pelusilla rubia sobre su cabeza se inclinaba al vaivén de sus movimientos.

      —Esto es libertad... respira profundo—los pulmones del pequeño se inflaron al unísono de su abuelo— ¿Sientes ese perfume?

       — ¿El de las flores, abuelo?

      —No, pequeño repollo. Ese perfume que tiene el pueblo. Ese sello que es sólo nuestro, sólo de los Soviets.

      Sasha frunció el ceño. El abuelo siempre contaba historias extrañas. Pero oír su voz profunda, un tanto desgastada por los años, era su pasatiempo favorito. La boina que cubría sus crines canosas tenía una textura suave. Él estiraba su delicada manito y la rosaba con las yemas.

      El anciano, al ver lo embelesado que estaba el niño, se la quitó y la puso sobre su cabecita rubia.

      — ¿Sabes, Alexandr? Cuando tenía tu edad mi abuelo me regaló esta boina. Tenía que ir a la guerra y antes de irse me dejó un regalo para recordarlo. Ahora yo te la doy a ti.

      — ¿Te vas a la guerra? Pero si están muy tranquilos— murmuró Sasha, balanceando las piernas.

      —Dentro de poco lucharé una guerra que muy seguramente perderé: la de la muerte. Y de esa ni siquiera un repollo como tú se salvará—le pellizcó la nariz a su nieto y soltó una carcajada seca.

      — ¿Cómo es la muerte, abuelo?—sus ojitos negros brillaron de curiosidad.

      —Es la nada, por eso genera tanto miedo. Pero, ¿sabes algo?—Puso los brazos en jarra,  juntando sus pobladas cejas—Nadie le hará sentir miedo a un Ivanov. Así que si la muerte quiere venir pues que venga, que la estoy esperando aquí muy feliz de la vida.

     

 

 

 

 

El bullicio de la ciudad emergía de la masa de personas y parecía flotar en el aire, mezclado con el sonido de las bocinas de los autos. El Peugeot perlado se estacionó a pocos metros de una gran confitería, donde podía verse a través de la vidriera a varios jovencitos riendo animadamente. No disimularon su asombro al ver bajar del coche a un sujeto de casi 1.90 de altura, con un enorme saco negro sobre las espaldas, una boina oscura cubriendo su cabello rubio ceniza y unas gafas negras que ocultaban esos ojos agudos como los de una fiera. Tras él descendió un jovencito de cabello revuelto y jeans gastados, totalmente opacado por su acompañante misterioso.

      —Se supone que no ibas a llamar la atención— musito Jess, viendo con mala cara a una de las muchachas que se inclinaba sobre el vitral para esbozarle una sonrisa a Sasha, quien la ignoró sin disimulo.

Nos une la misma lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora