Capítulo 22

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Capítulo 22

Acomodó los papeles de su escritorio, mientras se subía las gafas por el puente de la nariz. Emitió un sonoro carraspeo para llamar la atención de los presentes. Los agentes de seguridad se voltearon para observar al hombre de traje.

—De parte del consenso general del pueblo estadounidense, con la aprobación de las autoridades del poder ejecutivo y el apoyo de los representantes del poder legislativo, en congruencia con el poder judicial, se expresa de forma unánime el deseo de extirpar del país toda ideología que pueda influenciar a la población, negándose al modelo actual. Tiene la libertad para utilizar la violencia.

La manada de hombres fue abandonando la sala con paso firme.

Esa mañana se despertó abrumado. Luego de tantos meses de estar alejado de su familia, con tres materias promocionadas y el ascenso de Lyod en su trabajo, justo en ese día Misha debía estar nervioso. Un nudo en el pecho le subía y bajaba vertiginosamente.

      Antes de que su pareja abandonara el apartamento, como todos los días, se quedó abrazado a su espalda, sintiendo el perfume que emanaba su remera de algodón.

      — ¿Pasa algo, Misha?

      El rubio frotó su rostro contra el calor del cuerpo de Lyod. No era necesario decir nada. Su lenguaje mudo era suficiente. Le dio un beso sobre la frente antes de marcharse. Era su promesa de que iba a regresar pronto.

     

Aguardó en la entrada, como de costumbre. Su figura menuda que se acercaba desde la pradera iba a aparecer en la colina en cualquier momento. Iría a su lado con esa habitual sonrisa. Sus ojos azules brillarían mucho.

      Le dio una pitada a su cigarro. Por más empeño que pusiera ese hábito era imposible de dejar. Alzó sus ojos negros al cielo. Las nubes comenzaron a concentrarse en una gran nebulosa oscura. Se avecinaba una tormenta esa noche.

      ¿La luna podría llegar a verse?

      Un par de sonidos lo alertaron. Miró hacia el horizonte. Algo se acercaba. Y ese algo no era justamente Jess.

Cuando el agente la acorraló contra una de las paredes del hospital le dio vuelta el rostro de una bofetada. Varias enfermeras se acercaron a calmar la situación. El hombre se tomó la mejilla con una mueca de dolor.

      —Le digo que aquí no hay nadie sospechoso. No intente nada más o lo echaré a las patadas.

      —Por favor, señor oficial—una mujer rechoncha con delantal celeste lo sacó de la sala de emergencias.

      —Desde que llegaron las elecciones estos tipos se han puesto fastidiosos—murmuró la doctora de cabello negro, poniendo los ojos en blanco.

      La pesquisa a varios centros estatales, desde los hospitales hasta las escuelas, había comenzado de manera prolífica. Los pocos centros que no habían caído en manos de empresas privadas estaban bajo el poder del gobierno, que los utilizaba como títeres de sus estrategias políticas.

Nos une la misma lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora