A 4 días del flechazo...

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A 4 días del flechazo…

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El estrépito del piso inferior lo obligó a despertarse, con un gruñido de irritación. Se sentó sobre la cama rascándose la nuca, tiró sobre sus anchos hombros desnudos un desabillé azul y salió del cuarto. La luz matutina lo recibió de lleno sobre el rostro, contrastando sus rubios y despeinados cabellos.

     

Avanzó y se inclinó sobre el barandal de las escaleras. Debajo, su padre intentaba aplacar la energía arrolladora de su hermana menor, que recién había llegado de Rusia. La niña no dejaba de gritar llamando a sus hermanos, y abrazaba a una de las criadas, obviamente confundida por su efusividad.

      

— ¡Inna, deja de fastidiar!

     

Al oír el grito de Sasha, alzó su mirada traviesa y esbozó una enorme sonrisa. Subió las escaleras a los saltos y se lanzó sobre su pecho, estrechándolo con fuerza.

     

— ¡Hermano, hermanito Alex!

     

— ¿Viniste sola?

     

—La acompañó un criado, tuve que ir a recogerla al aeropuerto—terció Boris, su padre, subiendo los peldaños.

     

— ¡Oh, Alex, el criado fue tan gentil! Vino hasta aquí conmigo, y papá lo echó de regreso—hizo ese típico mohín suyo de tristeza.

     

—Me parece bien, tú eres una chica muy ingenua—le acarició la nariz salpicada en pequeñas pecas— Deberías haber venido con una dama de acompañante.

     

—Bueno, en realidad…

     

—Zara quiso venir, pero como es de esperarse, tu madre le pidió que aguardara pacientemente que su futuro marido volviera a ella—se paró a su lado, comparando su 1.82 de altura, inferior por poco al de su hijo— Porque es lo que un hombre haría.

     

Las miradas de ambos se unieron en un aire de tensión casi palpable. Inna, que ya lo conocía de pequeña, separó a estos con sus bracitos, soltando un chillido de molestia.

      

— ¡No se atrevan a pelearse justo en mi bienvenida! Quiero comer algo, papito—le regaló al anciano una de sus caritas de perro hambriento, logrando que suspirara y la llevara al comedor consigo— Vamos, Sasha, llama a Zinaida también.

    

Percatándose de cómo lo había salvado, levantó una mano al estilo del ejército como agradecimiento y fue a buscar a la mayor. Como de costumbre, se la oía roncar desde fuera. Golpeó unas veces y la llamó en ruso, debilidad de la joven. No pudiendo negarse a su lenguaje natal, abrió la puerta y salió restregándose un ojo, aún vestida en camisón.

Nos une la misma lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora