A 3 días del flechazo...

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A 3 días del flechazo…

Acomodó las flores de cada mesilla, con cuidado, lentamente. Desde hacía horas que su padre había salido al banco, y su hermana aún no se despertaba. Alex como siempre, encerrado en la biblioteca, con una alumna. Suspiró y se apoyó en la madera, mientras los volados de su vestido nacarado revoloteaban sobre su figura esbelta.

     

“Esto es muy aburrido… ¿habrán muchachos por aquí? No aguantaré mucho este lugar si nadie me presta atención”

     

Mirando para cada lado, y cuando se aseguró de que nadie observaba, se lanzó a la puerta y emergió de ese mar oscuro y sombrío. Fuera el día estaba fresco, con un sol resplandeciente. Cruzó el jardín, recogiendo unas flores cercanas. Se las acomodó en el cabello y caminó a la salida. Los árboles se mecían sobre su cabeza, con el escaso follaje de otoño a la vista. Los rayos del sol se colaban entre las hojas y la cegaban momentáneamente, incluso se puso a juguetear con ellos.

      

A pocos metros, en la entrada, lo vio. Un jovencito pasó, con paso apurado. Fue tras él con presurancia, y tomada del muro, vio que intentaba vanamente de dejar las cartas en el buzón. Se acercó por detrás y le pellizcó una nalga, haciendo que diera la vuelta, sorprendido. La jovencita rió y le tendió una mano.

     

—Hola, soy Inna—al ver que este seguía en silencio, abrazando la correspondencia con temor, añadió: — Si quieres dejar eso, puedo hacerlo yo, vivo aquí ahora.

     

—Emmm… bueno, pero deben firmar algunas.

     

—Ven, pasa—lo tomó de la mano, y tiró de él hacia el interior. El cabello café del joven se revolvió al caer su gorra de trabajo. Se detuvo a tomarla, y la traviesa Inna alzó su rostro desprovisto y besó sus labios— Tienes una boca muy linda.

     

El muchacho se lanzó hacia tras, y amagó a huir, más al ver la sonrisa de esa pequeña, no pudo negarse a devolverle el ademán. Trató de seguir besándola, pero ella lo detuvo.

     

—No me dijiste tu nombre.

     

—Ya…—la tomó de la mejilla, y miró sus labios con deseo—Ya no recuerdo.

    

— ¡Mentira! Mira, ahí dice Bill—señaló su chaqueta azul, con la insignia laboral donde citaba: Bill Moore— ¿No vas a pasar, Billy?

    

Se levantó y desfiló lentamente hacia la mansión, oyendo los pasos desesperados del muchacho por seguirla. Se aseguró de que nadie podía vigilarla, y lo hizo esconderse en el descanso de la escalera.

     

— ¿El señor de las cartas no está? Tiene que…

     

Lo acalló de un beso, mientras lo hacía ingresar y cerraba la puertecilla. Dentro era estrecho, en medio de los escobillones casi no podían moverse, por lo que aprovechó a pegarse contra el cuerpo de Bill.

     

—Primero quiero dejarte mi firma por tu cuerpo, gatito.

     

Nos une la misma lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora