Capítulo 1

58 6 0
                                    

Periodo Edo, 1802

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Periodo Edo, 1802.

Una radiante mañana en Japón, deslumbraba sobre un pequeño pueblo de agricultores, donde también residían algunos samurái. A pesar de ser una localidad diminuta, contaba con bastos mercados y con un extenso bosque del que sobresalían hermosos árboles de cerezo. Los espadachines que vivían ahí, se encargaban de custodiar el lugar de ladrones y de cualquiera que quisiera perjudicar a las personas del bello sitio.

Pero en los límites del pueblo, yacía una gran casa que pertenecía a uno de los mejores guerreros samurái, era una vivienda bien parecida y lujosa. El hombre vivía con su esposa, llamada Himeno. Su primogénita Hiroko; una niña de cabello negro y ondulado, con hermosos ojos lilas, a la que trataba de la peor manera. Y su hijo, Akira, el cual era su más grande orgullo.

Odiaba que su primera descendencia nació siendo una mujer, rompiendo la cadena en su familia de la que el primer hijo fuese varón, causando deshonra a sus ancestros que llevaban este linaje de guerreros. Todo su coraje lo desquitaba con su pequeña hija, a quien obligaba a entrenamientos rigurosos para volverla como él, en un samurái.

—¡Levántate, debes seguir entrenando!— musitó con molestia el hombre, observando a su progenie en el suelo. —¡Arriba!— se agachó hasta ella levantándola con brusquedad.

—Ya no puedo, papá, estoy agotada, déjame descansar...— la pequeña de apenas ocho años, estaba golpeada y muy apenas podía mantenerse en pie, ya llevaban horas entrenando.

—Eres una inútil, no sirves para nada, sólo eres la deshonra de la familia, deberías aprender a ser como tu hermano— la infante comenzaba a derramar lágrimas por las crueles palabras de su padre. —¡Deja de llorar!

Su padre empezó a atacarla nuevamente, le brindaba fuertes golpes con la espada de madera, ella quien también tenía una, detenía los ataques del samurái, pero su debilitado cuerpo ya se encontraba al límite, recibiendo como quiera los golpes de la katana, ya no lo soportaba. La madre de la niña, miraba afligida desde el interior de la casa, sentía un dolor inmenso por cómo era tratada cruelmente por su esposo, era un infierno para la joven mujer. Un último golpe, y la infante soltó su arma, no podía continuar.

—Es suficiente, esta niña ridícula no puede continuar— la veía con desagrado. —Vamos hijo, es hora de comer— habló amable.

—¡Tonta!— empujó a su hermana y esta cayó al suelo, y le brindó una patada.

—¡Hiroko, cariño!— su mamá se aproximó a su hija, pero fue detenida.

—No te atrevas a consolarla, no se lo merece— jaló a su esposa, llevándola a arrastras de vuelta a su hogar, dejando atrás a una dulce niña en mal estado.

(...)

La noche se hizo presente, Hiroko aún se situaba en el patio de su casa, el agonizante dolor de su anatomía no cesaba y no le había permitido levantarse. Se preguntaba qué hizo mal para que su papá y su hermano, la trataran de esa forma, ni siquiera su madre que se esforzaba por ayudarla, podía apoyarla, pues el guerrero no se lo permitía, e incluso la lastimaba cuando la sorprendía curando a su hija. Quizá no debió nacer, su padre la detestaba por ser una mujer, maltratándola a más no poder.

Lo que el samurái nunca notó, es que la pequeña poseía un gran valor y valentía, nunca se rindió a las incesantes enseñanzas para convertirla en una peleadora, y eso la volvió más fuerte físicamente. Así que limpió sus lágrimas para ponerse lentamente de pie, se dirigió a su habitación y tomar un relajante baño. La pequeña ya había decidido su siguiente paso, esperaría a que su familia durmiera profundamente, y escaparía de su casa.

Al pasar las horas, Hiroko puso su plan en acción, tomó una muda de ropa, empacó unos cuantos alimentos y hurtó yenes de su padre, lo suficiente para comer los siguientes días, o al menos hasta que encontrara a alguien que le diera trabajo. Ya teniendo todo listo, salió de su hogar lo más sigiloso posible, no quería ser descubierta y que se arruinara su escape. La única que se dio cuenta fue su madre, veía por la ventana a su niña huir de ahí, no dijo nada, y su llanto silencioso no tardó en aparecer, prefirió mantenerse callada y dejar a su pequeña escapar, para evitar que siguiera soportando el tormento que le hacían pasar. Ella merecía una buena vida, y le deseaba lo mejor.

—Eso es, huye cariño, encuentra una vida lejos de aquí— pensó, le rompió el corazón verla alejarse, y lo peor es que no sabría cuándo la vería de nuevo.

La niña a pesar de su corta edad, no tenía miedo de andar sola en la oscuridad, sus parientes desconocían que ella contaba con una excelente vista, tanto de día como de noche, y eso le favorecía. Su visión nocturna le permitía mirar por donde iba facilitando su andar, no se detendría hasta llegar lo más lejos que pueda. No obstante, la pequeña ignoraba los peligros que traía la noche; sobre todo de seres que devoraban carne humana para ser poderosos, esas criaturas que acechaban en las sombras, aguardando a sus víctimas.

Sus cansados e hinchados pies, ya le dolían, necesitaba descansar de su travesía, debía encontrar un sitio para pasar la noche y dormir un poco. Halló un árbol con un enorme hueco en su interior, donde fácilmente cabía dentro, no lo dudó demasiado y entró a su refugio temporal, se acostó y sus ojos pronto empezaron a cerrarse, pues el cansancio y su adolorido cuerpo le provocaron que cayera en un profundo sueño.

(...)

—¿¡En dónde está Hiroko!?— el hombre no encontraba a su descendiente por su inmueble, le enfurecía no hallarla.

—¿Qué ocurre, papá?— preguntó el niño a su molesto padre.

—¡No veo por ningún lado a esa estúpida niña!— su esposa, que preparaba el almuerzo, empezó ligeramente a temblar de nervios, pues ella sabía que su hija huyó. —¡Tú!— se dirigió a la mujer. —Sé que tú sabes en dónde está, ¿cierto?— la sujetaba de su ropa. —¡Responde!

Su esposa no le respondió, sólo desvió su mirada hacia un costado, no iba a decirle que escapó, no deseaba de ningún modo que Hiroko regresara.

—Me doy cuenta... Así que esa torpe se atrevió a escapar— su mujer le vio con temor a su comentario. —Tu expresión lo dice todo, ella se fue...— rió —La buscaré y la traeré de regreso, no debió llegar muy lejos, no tiene idea de lo que le espera, nadie se burla de mi— soltó de un empujón a la joven madre, y observó que su esposo se marchaba, sabiendo perfectamente que no regresaría hasta traer a la niña con él.

—Escóndete mi niña, tu padre está buscándote, por favor que no te encuentre— habló bajo, atemorizada.

La infante arribó a otro pueblo, esta vez era uno mucho más grande y lleno de vida, sus pueblerinos se mostraban más activos y alegres. Con una sincera sonrisa se dio paso hacia la aldea, donde creía que allí tendrían una oportunidad de llevar una vida diferente. Sin embargo, su corazón yacía nostálgico, no fue su intención dejar atrás a su mamá, incluso a su corta edad mental pensó en su progenitora, no la abandonaría, en cuanto estuviera mejor, se las arreglaría para traer a su madre y así pudieran vivir al fin en paz, sólo era cuestión de tiempo.

 Sin embargo, su corazón yacía nostálgico, no fue su intención dejar atrás a su mamá, incluso a su corta edad mental pensó en su progenitora, no la abandonaría, en cuanto estuviera mejor, se las arreglaría para traer a su madre y así pudieran vivi...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El lirio rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora