Periodo Edo. Una infante de corta edad, es entrenada cruelmente por su padre, para ser un samurai. Al ser la primogénita, y no haber nacido como varón, su trato era injusto. Sino hasta que decide huir y tratar de llevar una vida lejos de maltratos...
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Hiroko se quedó sola, ninguno de los sirvientes humanos habían venido, como dijo Muzan, todavía tenía fiebre y ya empezaba a sentir hambre. Su boca estaba seca a causa de la deshidratación, pero no vio que hubiese agua en su alcoba, así que no podía hacer otra cosa, más que aguardar. De la nada, la puerta se abrió, creyendo que sería alguien del personal o el mismísimo Kibutsuji, pero no fue así...
Ingresó un hombre de aspecto joven, con cabello rosado y tonalidades rojas, su anatomía contenía diversas líneas azules que se extendían por su ser, él también tenía kanjis, sólo que esos decían "tercera creciente." Traía consigo una bandeja con comida y agua, además de hierbas y ungüentos medicinales, sin duda esa persona era quien cuidaría de ella. Sin embargo, en cuanto él observó a la infante, no evitó sentir furia que hasta las venas de su rostro resaltaron, ¿Cómo alguien tuvo la osadía de lastimar a una inocente niña? era imperdonable.
Contuvo su enojo, y con una tenue sonrisa se acercó a Hiroko, colocando la charola en una pequeña mesa. Odiaba profundamente tener que verla en ese estado, pero intentaría ayudarla lo más que pueda, pues su maestro le confió la salud de la pequeña.
—Hola—la niña le sonrió. —¿Tú serás quien cuide de mí?— habló con ternura.
—Así es— le devolvió la sonrisa. —Soy Akaza, eres Hiroko ¿No es así?—asintió. —Es un gusto conocerte.
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—Dime, ¿Cómo te sientes, Hiroko?— le miró.
—Mal...— agachó su mirada. —Me duele todo el cuerpo.
—No debes mortificarte, te ayudaré.
La pequeña esbozó una amplia sonrisa de felicidad, nadie la trató tan amable como lo estaba haciendo el demonio, siempre sufrió maltrato y no conocía nada más que sufrimiento. El muchacho le aproximó la comida hasta la cama para que pudiera comer sin mucho esfuerzo, lo que ella nunca imaginó, es que la carne que estaba a punto de consumir, era humana. Muzan decidió que la alimentaría de personas sin que Hiroko lo supiera, así su cuerpo se acostumbraría.
—Gracias, Akaza— inició a comer. —Esta carne está deliciosa.
—No es nada— se sentó a su lado. —En cuanto termines, revisaré tus heridas, debes recuperarte pronto— la joven accedió sin dejar de comer.