Capítulo 8

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La emoción consumía a la pequeña, faltaba muy poco para ver a su mamá

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La emoción consumía a la pequeña, faltaba muy poco para ver a su mamá. Aún restaban unas cuantas horas para que amaneciera, y las aprovecharía estando con su progenitora. Al estar cerca de su antiguo hogar, disminuyeron su andar, Sayori no quería que su padre le viera, y evitar que se hiciera un problema inoportuno, debía actuar con cautela para poder acercarse.

Ambos se ocultaron detrás de la casa, donde claramente se podía observar el patio trasero. No se encontraba nadie, sólo las luces estaban encendidas, no se veía movimiento alguno en su interior, la vivienda seguía como la recordaba, nada cambió en el tiempo que no estuvo. Los ojos de la niña se iluminaron, una joven mujer se asomó desde la cocina admirando el estrellado cielo nocturno, ahí estaba ella, su amada madre.

La sonrisa brotó involuntaria en el rostro de la pequeña, mirar otra vez a la mujer que le dio la vida alegraba su corazón, deseaba correr a abrazarla, a decirle cuánto la quería y lo tanto que le hacía falta, la extrañaba muchísimo. Su expresión cambió al notar que su papá había llegado, pero su madre no le prestó la más mínima atención, cómo si él no estuviese presente, pues seguía mirando al cielo, y respiró aliviada cuando él se retiró a la alcoba. El hermano, Akira, arribó al patio, recogía las katanas de madera que usaban al entrenar, fue bueno que no haya obedecido su impulso de ir hacia su mamá, la abrían descubierto sin duda.

Cuando su hermano terminó, se marchó también a su habitación dejando el paso libre, al asegurarse que cada quien estaba en su lugar, procedió a avanzar con cuidado hacia la cocina, la joven madre aún no se percataba que su hija yacía a escasos metros de ella. Por otro lado, la tercera luna superior había visto detalladamente al samurai, contenía sus ganas de matarlo en ese preciso momento, poco faltaba para ir a despedazarlo, lo odiaba por el hecho de haber dañado tanto a Sayori, pero no era la ocasión, no ahora.

—Mamá...— habló bajo.

La mujer desvió su mirada al patio, detrás de un arbusto vio a la persona que jamás creyó volver a ver, una persona que hasta hoy en día pensaba que estaba muerta. Sintió como si un balde de agua helada la hubiese empapado, su tiempo se había detenido ante esa imagen. Por instinto, salió a paso lento rumbo al fantasma de su pequeña, el sufrimiento parecía querer jugarle una mala broma al mostrarle una ilusión de su hija.

Estiró sus manos sujetando delicadamente el rostro de la niña, observaba que la mirada de la pequeña sonreía con ternura, y sus ojos cristalizados le enseñaban un brillo puro, uno real, era demasiado bueno para ser cierto.

—Si eres un ánima, ¿Por qué te siento tan real?— seguía tomando su cara. —Mi Hiroko, ya no está...— le sonreía a su ilusión.

—Mamá, estoy aquí, soy de verdad— tomó la mano de su madre y la colocó sobre su pecho, que sintiera a su corazón latir.

Himeno se impresionó, cayó de rodillas al frío suelo estando en shock, que juraría escuchar sus propias pulsaciones en el oído. Todo a su alrededor desapareció por un instante, sólo su hija y ella existían en ese plano. Sus cinco sentidos regresaron cuando Sayori acarició su rostro impactado, mirándola como si su madre fuera lo más bello en el mundo, sí era real, su pequeña estaba delante suyo. La jaló a su anatomía dándole un profundo y emotivo abrazo, las lágrimas de felicidad brotaban sin detenerse, ahora sus ganas de vivir florecieron nuevamente, pues lo más preciado en su vida, regresó de la muerte.

El lirio rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora