Capítulo 7

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La infante descansaba plácidamente sobre un cómodo futón, los hermanos se situaban cerca de ella esperando a que la noche llegara, pues el brillante sol resplandecía sobre el distrito rojo

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La infante descansaba plácidamente sobre un cómodo futón, los hermanos se situaban cerca de ella esperando a que la noche llegara, pues el brillante sol resplandecía sobre el distrito rojo. Pasaba poco más del mediodía cuando la niña despertó, el cuarto estaba aislado y no entraba ningún tipo de luz, solamente era iluminado con un par de velas, su apetito ya se había presentado al igual que su sed; la causa principal de su despertar. Acomodó el lugar donde durmió y se sentó a lado de Gyutaro, recargándose en su fornido brazo.

—¿Qué pasa, Sayori?— la miró —¿Necesitas algo?

—Sí...— le miró también. —Es que, tengo apetito— le susurró al adulto.

—¡No molestes, mocosa! ¡Quédate con tu hambre, sabes muy bien que no podemos salir a la luz del sol!— le regañó.

—Lo sé, Daki, sólo quería decirles que yo puedo ir por mi comida— la sexta le miraba con fastidio, ya anhelaba que fuese el anochecer para que la pequeña se fuera.

—No te tardes demasiado, no podemos protegerte durante el día— le dejó salir.

—¡Descuida, volveré en un momento!— agradeció, abrió la ventana con mucho cuidado de que los rayos del sol no le afectara a los hermanos, y se fue

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—¡Descuida, volveré en un momento!— agradeció, abrió la ventana con mucho cuidado de que los rayos del sol no le afectara a los hermanos, y se fue.

—¿Por qué la tratas así? Es sólo una niña— observaba a su pariente con desaprobación. —Ella no tiene la culpa de nada...

—¿Ahora la defiendes?— comenzó a lagrimear. —Esa estúpida niña no debería estar con nosotros, ¡Somos las lunas superiores! Y ella, es una inservible humana— tallaba sus ojos. —No comprendo porqué lo hace el señor Muzan, ¡La detesto!

—Te guste o no, es de los nuestros ahora— su voz sonaba áspera. —Ya sea humana o demonio...— ella continuó llorando.

—¡No, yo jamás la aceptaré, hermanito!— el demonio suspiró a su terquedad.

La niña encontró un sitio tranquilo para comer, degustaba a gusto sus alimentos mientras miraba lo pacífico que era el distrito rojo en el día, una localidad que realmente vivía de noche, ahora parecía un pueblo fantasma, casi nadie merodeaba las calles. Rato después, regresó junto a la sexta creciente, aguardando a que oscureciera. Al arribar la noche, Daki se preparaba para recibir a sus clientes masculinos que vendrían a satisfacer sus fantasías carnales, deseosos de sexo.

El lirio rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora