Durante la caminata, el poderoso demonio notó que Hiroko cada vez avanzaba más lento, se estaba quedando atrás pareciendo que pronto se desplomaría, después de todo, sólo era una niña. Su terrible condición y el largo trayecto, ya le estaba repercutiendo, por lo que la luna superior no tuvo otra opción que cargarla, pues aún debían llegar hasta Tokio, donde se encontraba Kibutsuji. La infante en cuanto sintió los brazos del enorme hombre, lo abrazó para así poder descansar sobre su hombro.
Su padre nunca se tomó el tiempo de darle un abrazo, ni uno solo; no conoció en absoluto lo que era el cariño paterno, y aunque tenía a su madre, le prohibían que le diera afecto, únicamente fueron escasas las veces que disfrutó de su mamá. Pero ahora, Kokushibo fue quien de manera involuntaria se lo estaba brindando, no era lo que esperaba, por lo tanto, agradeció internamente que lo hiciera.
Las horas que ha estado con él, observó que era un hombre de pocas palabras, una persona seria, por lo que se había mantenido en silencio, evitando molestarlo con preguntas triviales y sin sentido. El retumbar de las pisadas del espadachín la estaban arrullando, y la calidez corporal del demonio la cobijaba, no quería dormirse para no ser una molestia. Sin embargo, sus ojos no cooperaban con eso, se le cerraban y abrirlos se le hacía más difícil, su anatomía le exigía reposo perdiendo la batalla, se quedó profundamente dormida.
(...)
—Hiroko— la pequeña entre sueños escuchaba a Kokushibo. —Hiroko, despierta— volvió a escucharle.
La niña de excelente visión, despertó comenzando a tallar sus ojos, los abrió por completo de la impresión al estar frente a la ciudad principal de Japón. No sabía a dónde fijar su mirada, todo era llamativo para ella, nunca vio nada parecido, pues nunca salió de su pequeño pueblo. Regresó de su asombro cuando el hombre la colocó en el suelo, no supo cuánto durmió pero al menos ya recuperó energía, más no significaba que su dolor disminuyó.
—¿Qué lugar es este, señor Kokushibo?— seguía mirando.
—Estamos en Tokio— ambos veían la ciudad. —Casi llegamos, continuemos.
La infante le siguió el paso, sujetando el pantalón del demonio, había mucha gente y no deseaba perderse. En cuanto ingresaron a la capital, Hiroko se percató que el rostro de su salvador ya no lucía como antes, ahora tenía un aspecto normal, como cualquier hombre ordinario. Sonrió pensando que esa era su habilidad; si ella era poseedora de una espectacular vista, él podía cambiar su cara. Aún así, era increíble que en este estado llamaba la atención de las personas, sobre todo de las mujeres.
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El lirio rojo
FanfictionPeriodo Edo. Una infante de corta edad, es entrenada cruelmente por su padre, para ser un samurai. Al ser la primogénita, y no haber nacido como varón, su trato era injusto. Sino hasta que decide huir y tratar de llevar una vida lejos de maltratos...