Capítulo 11

24 1 2
                                    

Cada cuanto llegaban guardias y se mofaban de mi estado de completa inmovilidad. Si no podía ver no podía atacarlos, pero había veces que imaginaba en dónde estaban e intentaba lanzarles sus propias armas al rostro, con algunos intentos exitosos. Después de eso me llevaba una patada y un día sin comer nada.

- Oye, chico, te vez fatal. Unos días más sin comer y las cadenas se resbalarán de tu cuerpo.

Mencionó un día el GA de la otra celda. Hemos estado en estas celdas por más de una semana, pero nadie sabe en dónde nos encontramos. No es como si los guardias nos fueran a decir si les preguntábamos, así que ni siquiera los intentábamos.

- Tadeo, ¿crees que ella esté bien? Temo que tanta morfina sea peligrosa. . .

Susurré, dirigiendo la mirada a donde provenía la voz de mi nuevo amigo. Apenas eso podía mover; los dedos y la cabeza, sólo para eso tenía fuerzas y sólo estas estaban libres. Escuché un suspiro de parte de Tadeo.

- Viejo, no lo sé. Ni siquiera he visto si la alimentan; tan sólo espero que salgan de aquí algún día.

Escuché que rió con amargura. Tadeo, como me había contado él mismo, tenía diecinueve años y estaba por terminar la universidad cuando lo capturaron. Iba a graduarse en artes visuales, y me contó que le gustaba dibujarse a sí mismo usando Metamorfosis. Su voz era una de las únicas que escuchaba a diario.

- Oye, ¿te han dado de comer hoy?

Pregunté, intentando adoptar una posición un tanto más cómoda. Tadeo rió en burla y después suspiró casi con amargura. La amargura se estaba volviendo su marca personal.

- No, a mí me dan de comer en la noche. ¿Y a ti?

Preguntó. Escuché que intentaba acercarse a mi celda por el sonido de los grilletes al arrastrarse.

- Si me porto bien. . . Probablemente pasado mañana. Estaré bien si no se les olvida darme agua de vez en cuando.

Dije, riendo en burla. Me dolía hasta respirar por la paliza que había recibido. . . No estoy seguro si fue de día, de noche o en la tarde, pero hace unas horas recibí una paliza de lo lindo por causar estragos con las armas de nuevo.

- Amm. . . Ho-hola, sé que n-no puedes ver-verme, pero. . .

Escuché una voz débil. Giré la atención a donde deduje que provenía e intenté sonreír; la dueña de la voz no podía tener más de ocho años.

- Hola pequeña, ¿En qué te puedo ayudar?

Pregunté con gentileza. La niña rió un poco y se acercó a los barrotes de mi celda, haciendo sonar las cadenas con fuerza.

- ¿Qui-quisieras ju-jugar conmigo?

Preguntó. Sonreí y asentí, sintiéndome feliz al saber que podía hacer feliz a alguien a pesar de estar en estas circunstancias. No puedo imaginarme a la pobre niña siendo capturada, alejada de sus padres y familiares como le pasó al pobre Óliver.

- Por supuesto, ¿A qué quieres jugar?

Pregunté. Casi pude imaginar su sonrisa amplia y radiante de felicidad. Pareció pensárselo un rato hasta que suspiró, aparentemente triste.

- No pu-puedo pensar en nin-ningún juego que pu-puedas jugar. . . ¿Qué tanto te pu-puedes mover?

Preguntó. Fruncí los labios mientras intenté moverme, probando con ponerme en pie. No sabía si habían guardias cerca, así que recé por que no fuera así, de lo contrario me quedaría muchísimo tiempo sin comer.

Me di cuenta de que podría arrastrarme con las rodillas hasta donde estaba la voz. Hice acopio de todas mis fuerzas y me arrastré hasta la niña, suspirando y gruñendo por el esfuerzo. Cuando por fin llegué, apoyé la cabeza contra los fríos barrotes y suspiré, cansado. La falta de comida y de movilidad lograron cansarme con el paso de los días.

- A-ahora déjame qui-quitarte esto. . .

Dijo. Sentí unas pequeñas manos frías recorrer mi rostro hasta posarse en el nudo que se hallaba en mi nuca. Cuando soltó la venda tuve que cerrar los ojos de nuevo, pues el repentino cambio de luz logró marearme.

- ¡Wow! Ti-tienes unos o-ojos muy ra-raros.

Exclamó la niña cuando volví a abrirlos. Sonreí al ver que mis deducciones de hace rato eran correctas; la niña no tenía más de ocho años, estaba demasiado delgada y pálida, sus ojos color azul brillaban casi sin fuerza pero con profundo asombro.

- Ahora podemos jugar. . . ¿Qué te parece adivinar qué poder tenemos? Tú primero.

Dije, apoyándome en los barrotes. Ella sonrió y asintió con energía. A continuación, me examinó de pies a cabeza, agarrando su mentón en la manera más tierna que jamás había visto.

- Tú tienes. . . ¿In-intelecto?

Dijo, ladeando ligeramente la cabeza. Sonreí con felicidad y asentí, riendo un poco. ¡Valla que esta pequeña era lista!

- A-ahora es tu tur-turno.

Dijo, poniendo sus manos detrás de su espalda. La miré de pies a cabeza, moviéndome con dificultad para verla mejor. Al final decidí.

- Tienes un cuerpo pequeño. . . Tal vez. . . ¿Velocidad?

Indagué, alzando una ceja en duda y para hacerla reír. Ella hizo lo esperado, pero después negó con la cabeza.

- Nop; ¡Fu-fuerza!

Tartamudeó, sonriendo con satisfacción. Abrí los ojos como platos, incrédulo; ¿cómo? Se veía tan pequeña, tan frágil. . .

- ¿Qui-quieres que te lo de-demuestre?

Preguntó. Asentí, apoyándome mejor para poder ver con más facilidad lo que la niña haría.

Se acercó a la cadena que llevaba al pie y la tomó con ambas manos. Cerró los ojos y frunció el ceño, como si estuviera concentrándose; observé cómo rompía las cadenas como si fueran mondadientes mientras esbozaba una sonrisa de satisfacción.

- Si puedes hacer eso. . . ¿Por qué no has intentado escapar?

Le pregunté, mirándola a los ojos. Su mirada se volvió sombría y adoptó una posición defensiva. Estaba a punto de disculparme, pero ella me miró como pidiendo que no hablara.

- Si lo in-intento matarán a m-mi fam-familia.

Susurró, abrazándose a sí misma. En ese instante hice todo mi esfuerzo por ponerme en pie y lo hice, apoyando todo el peso corporal sobre los barrotes de la celda.

- Ven, por favor.

Le pedí. Ella lo hizo con pasos lentos, sus ojos azules estaban cargados de tristeza. Intenté acercarme más a ella, pegando dolorosamente mi cuerpo contra las frías barras metálicas; le pedí mentalmente que me abrazara por entre las barras.

- Te prometo, pequeña, que te protegeré a ti y a tu familia con todo lo que pueda.

Susurré. La niña era tan pequeña o yo era tan alto que llegaba apenas a mi abdomen. Sentía sus lágrimas mojar partes de mi camisa, sus brazos aferrarse a mí con fuerza casi sobrenatural.

- Mu-muchas gracias. . . ¿Se-señor?

Dijo. Reí por lo bajo y me hinqué con dificultad para estar a su altura. La miré directamente a los ojos, y usando telequinesia le dije mi nombre para que nadie más lo escuchara; "será nuestro secreto", dije en su mente, a lo que ella sonrió radiante.

- Me parece bien, Gerald. Mi nombre es Lisandra. . . ¿Podría decirte hermano mayor?

Me preguntó en su mente. Sentí un dolor agudo pinchar mi corazón, mis ojos se anegaron en lágrimas que me esforcé por ocultar. Con mucha lentitud sonreí y asentí, procurando que el dolor no se reflejara en mis ojos o rostro; no podía dejar que esta pequeña sufriera más de lo que debía. La pregunta, a pesar de ser bien intencionada, me había dolido en lo más profundo del corazón; me recordó cuando vivíamos en Japón y que Óliver me decía "onii-san", que en español significa 'hermano'.

- Por su puesto, pequeña hermana.

Genetics: Genéticamente AlteradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora