13. Ludwig.

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«¡Puse mi confianza en ti! ¡Has sido mi única verdad!», la dolorosa decepción del hijo resonó en la mente y el corazón de su padre. Vante estaba roto ante él, pequeño y frágil, solo, dando la espalda a su única familia.

«Me esforcé... ¡Me esforcé hasta más no poder!», Índigo aguardó boquiabierto, cabizbajo apretó los puños cayendo en cuenta de que, en su afán por proteger, sobrepasó y pisoteó la libertad de aquel a quien más amaba. Revelado todo aquello que le negó ¡un mundo de mentiras construído a su alrededor! ¿Podía excusarse soltando la verdad? Explicarle que sólo buscaba protegerlo... ¿Vante le creería?

«¡Quería que algún día estuvieras orgulloso de mí! Mientras tanto te burlabas ¡Te burlas de mí!»

El corazón de los dragones es naturalmente orgulloso; Vante se sentía estafado y burlado en su entera existencia, si existía esperanza para Índigo esta era lejana, reparar el daño tomaría mucho tiempo.

«¡Te odio!»... Lo merecía. Aunque se obstinara a aceptarlo y las ansias por retener a su hijo por la fuerza picaran en sus manos, el Rey fue sabio.

Asintió, respiró profundo y, costara lo que le costara, aceptó su error. Fue en busca de una tregua, atravesando el jardín a oscuras con la silueta lenta y encogida de su hijo como único destino.

—Vante~ —Louis, estrechado casi sin aire contra el pecho del príncipe en su caminata, rogaba afligido— Espera, por favor. ¡Quien te haya dicho la verdad no te explicó las razones del engaño!

—La razón... —Vante exhaló tembloroso, cerrando los ojos un momento.

«¡No desesperes, dragoncito!», las palabras de Agust seguían en la mente del príncipe como un pequeño faro a la razón, «nadie se ha burlado de ti, aunque entiendo que lo sientas así. El mundo es más complejo de lo que crees, y de a poco entenderás que tu padre se ocupa de más de lo que puede cargar. Se equivocó terriblemente, contigo y en muchas otras cosas... pero sin duda eres lo que más ama en el mundo".

—Sé la razón —Vante lo soltó entre sollozos—. Pero...

—¿Qué? —Louis no esperaba tal respuesta «¿Con quién demonios estuvo hablando?», dudó— ¡Agh! ¿Lo ves? Tu papá te ama, no creas que es tu enemigo. Sé que pensar eso te lastima aún más que perdonarlo. Quizá no hoy, no mañana, pero no te cierres a esa posibilidad, ni hagas algo que después puedas lamentar... Un dragón, grande y sabio, siempre encuentra el tiempo para perdonar.

Índigo, a un par de metros tras ellos, detuvo el paso un instante. Las palabras de la liebre llegaron para él también. Se apresuró tras ellos cuando llegaban a la puerta del palacio, donde los faroles exteriores brindaban algo de luz.

—¡Vante! —llamó el Rey, su voz resquebrajada y débil causó un nuevo nudo en la garganta de su hijo; jamás lo había oído rogar— ¡Está bien! Está bien... Haré lo que tú quieras. Iremos al cementerio, te mostraré dónde está Clement ¡Te llevaré a donde quieras! Pero no... no salgas solo, te lo ruego. No quiero que te hagan daño.

—Escúchalo un poco, Vante~ —rogó la liebre palpando las mejillas del muchacho que, conteniendo los sollozos, se negaba a abrir los ojos.

—Te amo, hijo. De verdad lo siento —el rey insistió cabizbajo—. Me equivoqué, te hice daño, y lo lamento... Sé que ya no crees en mis palabras, sólo dame oportunidad, tiempo, y te lo demostraré.

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