41. Desconocidos.

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31 de Diciembre de 1985

«¡¿Qué?!», Louis alzó sus orejas en pánico, golpeteando el hombro del ebrio irremediablemente dormido al notar que Jack ya no estaba con ellos. Se levantó del taburete de un salto, estuvo a punto de ir en su búsqueda, cuando divisó a Vante entre la gente.

Cada quien volvía a sus asuntos en el bar, tras disfrutar los "cuentos" del hechicero y verlo caer dormido, su atención regresaba a la pista de baile y la bebida. Louis, en cambio, se centró en Vante; el rostro húmedo y expresión angustiosa del dragón lo guiaron a él sin soltar su mirada. Estaba en shock, y para el vampiro no existía nada más importante que él.

—Amor, calma —pidió suave, sosteniendo la mejilla del príncipe al guiarlo sutilmente a un rincón apartado. La liebre entraba en pánico; en su plan jamás pudo prever cuán afectado se vería Vante. «Como siempre; mis decisiones brillan por su torpeza», le dolía reconocer pero, aunque su voz tembló—. ¡Vamos a solucionar esto de alguna manera! —insistió con fortaleza que parecía tomar prestada del mismo dragón.

—Está bien —Vante inhaló hondo. Tomando su mano consiguió calmarse— Ludwig... Eres todo lo que necesito. Ven, ven conmigo —pidió mostrando sus palmas abiertas, quería abrazar a su conejito.

—Es que... Jack... —esperanzado volvió a buscar con todos sus sentidos, deseando estar exagerando las cosas y que Jack sólo hubiera ido al baño.

—Necesito que me acompañes. Ahora —Vante le sostuvo el rostro para conseguir su mirada.

El azul pofundo no mentía, la suya no era una petición caprichosa, realmente necesitaba la confianza que estrechar a su conejo negro le otorgaba como magia. Louis lo captó y asintió con determinación a pesar de su nerviosismo. Besó al príncipe con los ojos cerrados, manteniendo sus labios presionados, así como sus puños firmes sobre la tela. Necesitaba valor. «No es momento para desesperar y llorar. Todo estará bien; de alguna loca manera, de la misma loca manera en la que he sobrevivido a un desastre tras otro, esto tiene que solucionarse». Sinceramente, no estaba seguro de nada y la impotencia de no poder ayudar latía tan rápido que el corazón vibró en su pecho al convertirse en liebre, saltando a los brazos de su chico.

Aterrado, fue estrechado contra el cuello cálido que había mordido ya tantas veces. Una caricia entre sus orejas por poco le roba lágrimas, cuando Vante lo acunó y escondió dentro de su chaqueta de mezclilla. Los ojitos rojos se asomaron desconcertados, abriéndose redondos y brillantes hacia el muchacho que inclinó la cabeza para besarle la nariz y sonreírle.

—Yo te cuido —aseguró Vante caminando entre la gente y subiendo el cierre de la chaqueta para esconderlo—. Pero mantén silencio ¿Sí? No grites.

Había pasado poco más de media hora desde que Índigo llegó al local, aún sentado ante la primera barra sentía suavemente los efectos del alcohol en su sangre, o eso creyó al percibir el aroma de la liebre negra, aquel a quien por meses buscó, en el ambiente. «Voy a enloquecer de tanto buscar», sacudió la cabeza en negación. Sabía que Dandelión usaba magia para ocultar su rastro y el de sus compañeros, no tenía sentido que, justo cerca de él y cuando se hundía en su miseria, lo retirara.

No contaba con que, ebrio como estaba, el hechicero no podía mantener tal hechizo ni ningún otro.

«¿No dije que estaba bien si Vante jamás regresaba a mí?», sonrió absurdo, harto de su propia debilidad, cuando alguien se sentó a su lado en la barra y se le quedó viendo fijamente. Era Vante.

«Huelo que es un dragón joven», reconoció el mayor de inmediato, petrificado por el azul en los ojos que no soltaban los suyos. Los labios de ambos permanecieron sellados.

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