27. Rencor Olvidado.

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«No puede ser...», Louis quería desfallecer, mas no podía soltar el volante un segundo y más valía que centrara sus ojos en el pedregoso camino. «¿Su cabeza sigue averiada por el golpe?», trataba de ser positivo, pero no podía pensar otra cosa: Agust dijo poder encargarse del dragón que amenazaba con pulverizarlos, pero no hizo más que acomodarse en su asiento y caer dormido ¿O inconsciente? Hubiese pedido a Jack que corroborara, pero el hechicero acaba de advertirles que no debían despertarlo y... Claro que le tenían miedo.

Louis miró fugazmente por el retrovisor, estuvo a punto de decir algo cuando divisó una frágil sombra desprenderse del hechicero. Era un gato ¿Cómo no? un mágico gato negro en cuyo lomo se divisaban pequeños destellos a modo de estrellas. Sí, sí, muy bonito pero...

—¡Yo me encargo! —aseguró el gatito saltando sobre los asientos y arañando la ventana para que le abrieran.

—¿Es un chiste? —soltó la liebre con apestante ironía— Digo, me impresiona que pueda duplicarse, señor Dandelión, es un gran hechicero y un hermoso gatito. Pero... ¡Pero! ¿No cree que es algo pequeño para enfrentar a un dragón?

—Tú cállate y observa —desafió el felino.

Jack no puso en duda las habilidades del hechicero, giró la manivela de la puerta y así abrió la ventana para dejarlo salir.

—Ten cuidado, gatito, por favor —rogó el elfo angustioso dejando una caricia en su lomo.

El gato negro flotó en la oscuridad de la madrugada, lo perdieron de vista fuera del auto sólo un segundo antes de gritar, el techo del vehículo se hundió unos veinte centímtros causando espanto, a la vez revelando las cuatro pesadas patas que acababan de pasarse sobre él.

Dandelión ya no era un gatito negro, sino de una pantera que saltó del vehículo hacia las alturas, corriendo y trepando por el aire. Su silueta negra era apenas diferenciable a corta distancia del oscuro cielo crepuscular, en el que las estrellas, para fortuna de los prófugos, seguían presentes. El hechicero las necesitaba.

El dragón que los perseguía divisó al felino mágico que saltó del auto, supo inmediatamente de quién se trataba y no olvidaba que fue él quien se metió a su castillo sin permiso, iniciando el desastre. A falta del Rey Luna entre sus cuernos, el rugido furioso de la bestia se desató fijando como objetivo a su nueva presa.

¿Ese era el plan? ¿Distraer a Índigo para que dejara el auto en paz? Incluso si sólo de eso trataba, funcionaba perfectamente. No obstante, Agustino tenía sus propios instintos con los que lidiar y, con la adrenalina a tope en la persecución, sus intenciones carecían de un objetivo claro.

El dragón escupió la bola de energía que guardaba el hocico sin pensar, la bola de luz cyan hizo gritar a Jack y Vante creyendo que daría en el blanco, pero la pantera a punto de recibir el golpe se desvaneció como una sombra. Era el mismo truco que Louis y los vampiros usaban pero, claro, con la velocidad y precisión adquiridas tras siglos de experiencia. La pantera apareció un segundo después en otro sector del cielo, donde hizo brillar algunas estrellas de su lomo para recuperar la atención del dragón. Una burla; la idea era provocarlo para guiarlo a las alturas, cerca de las estrellas, sus verdaderas cómplices.

La pantera corrió de un lado a otro entre las nubes, las que el dragón barría con sus alas cual tormenta, causando remolinos con su enojo. La bestia fue tras cada destello vislumbrado en el cielo de madrugada, estrellas falsas invocadas por el hechicero como puntos de referencia. De ida y vuelta el dragón estaba próximo a formar un huracán a su alrededor sin darse cuenta de que el mismo espacio en el que él creía estar por atrapar a su presa, le era tendida una trampa.

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