VI. 🧩

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Despierto, abro mis ojos de golpe, el olor a productos de limpieza es extremo, no estoy en casa no es el techo verde olivo, miro alrededor, todo es blanco, trato de levantarme, pero tengo mis manos atadas, mi mano derecha está vendada.

Mi respiración se acelera ¿Dónde mierdas estoy? ¿Qué paso con Giselle? Hay una mesa con libretas o más bien hojas, mi brazo duele, me siento cansado.

La puerta se abre, entra una mujer rubia con lentes, viste una bata blanca y lleva una tablilla roja de esas donde ponen documentos, en la puerta se queda un hombre calvo y alto vestido totalmente de blanco, como un perro guardián, ella entra y se sienta en la silla que esta junto a la mesa.

–Buenos días, Edward ¿Cómo te sientes hoy? –la miro extrañado.

–¿Quién es usted? –Pregunto muy serio y fuerte.

–¿Por qué estoy atado? –hablo de nuevo moviendo mis muñecas del agarre.

–Edward... todos los días me haces la misma pregunta, soy la Doctora Harleen Quinzel, nos conocemos hace casi un año –explica en un tono tranquilo, mientras golpea su lapicero contra la mesa.

–¿Por qué estoy atado, donde estoy? –ya me estoy desesperando.

–Edward, estas en Indiana en el condado de Kerley ¿no recuerdas que sucedió ayer? ¿por qué estas atado y por qué tienes la venda en tu mano? –mira directamente a mis ojos, parece que no miente.

–No... no recuerdo nada, explíqueme por favor –mi respiración se acelera, pero debo calmarme, necesito respuestas y esta mujer parece ser la única que puede dármelas.

–¿Quieres que te desate las manos? ¿prometes que vas a estar tranquilo? –me mira fijamente estoy aturdido, asiento, ella le da una señal al hombre para que me desate, se acerca y lo hace, me siento en la orilla de la camilla paso la mano que no está vendada por mi cabeza.

–¿Por qué esta corto mi cabello? –miro a la doctora aturdido, me siento muy confundido.

–Es por tu bien, para que no te hagas daño –me da una sonrisa, creo que no tengo ninguna expresión en mi rostro, solo quiero respuestas.

–Explíqueme por favor –ya no quiero más preámbulos, estoy perdiendo la puta paciencia.

–Edward, estas en el hospital psiquiátrico de Pennhurst, soy tu doctora, específicamente tu psiquiatra, llevo tu tratamiento desde hace un año, estas aquí por la decisión del juez de Hawkins tras tu condena –abro mis ojos, estoy sorprendido, no entiendo nada.

–¿Condena? ¿en qué año estamos? –cuestiono, todo esto parece una pesadilla, quisiera que sea una pesadilla.

–Te hallaron culpable de la muerte de Chrissy Cunningham, estuviste en la cárcel un año mientras se decidía tu condena, empezaste a tener algunos episodios de desorientación, tus abogados apelaron por tu salud mental, lograron traerte aquí para tu recuperación, estamos en ese proceso, hoy es 22 de marzo de 1988 –no salen palabras de mi boca ¿Chrissy? ¿maté a Chrissy? Tengo que aclarar mi mente.

–¿Dónde está ella, ha venido a buscarme, sabe que estoy aquí? –si estoy aquí Gill debe saberlo, la doctora mira al hombre, se acerca a mí y se queda a una distancia prudente, lo miro de reojo.
–¿Qué pasa? –pone su tablilla en la mesa.

–Edward ¿de quién hablas? –habla suave, sé que sabe de quien le hablo, no soy tonto.

–¿Cómo que de quien hablo? Pues de mi novia, de Giselle Quinn ¿acaso no sabe que estoy aquí? –levanto mi voz, ellos se miran.

–Cálmate Edward, ayer hablamos de esto, rompiste mi tablilla morada y te lastimaste la mano –explica en un tono calmado que me desespera.

–A qué se refiere con que ayer hablamos de esto, dígame donde esta ella –exijo y mis lagrimas empiezan a salir.

PRISONER - Eddie MunsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora