XI. 🔮

12 2 0
                                    


Eddie besa mi cuello mientras su otra mano delinea mi cadera hasta la cintura, mis dedos se enredan en su cabello siguiendo el movimiento.

Cierro los ojos en el momento que su toque llega a uno de mis pechos, sin decir nada y tanteando el terreno lo atrapa amasando suavemente, sus labios regresan a mi boca como una muestra de tranquilidad en medio de la oscuridad.

La respiración de Eddie choca cada vez más fuerte con mi cara y como un instinto natural mis piernas se abren más invitándolo a sumergirse, perdido en el momento empuja su cadera contra mi pelvis permitiéndome sentir por primera vez aquel lugar moralmente prohibido que vagamente existe en mis recuerdos.

Un quejido de sorpresa sale de mi boca perdiéndose en la suya.
—Lo siento... —el sonido de su voz me transporta a cosas que no entiendo, hay una corriente que permanece en mi vientre que se activa con cada movimiento de su cuerpo.

—Me gusta... me gusta como se siente —sus besos van de nuevo a mi cuello.

Quisiera dejar de pensar tanto, dejar de fijarme en cada movimiento de su cuerpo, quisiera solo perder la cabeza mientras exploramos nuestros cuerpos, quisiera que fuera solo ese momento natural en la vida humana en donde las hormonas comandan por encima de la razón.

Pero parezco un gato asustado en una esquina fingiendo ser valiente ante la evidente experiencia de Eddie. Sin embargo cuando sus ojos se cruzan con los míos me hacen sentir en casa, segura y amada.

Eddie jadea sobre mi boca cada vez que se roza en mí entrepierna, aún con la tela de por medio puedo sentir la forma de su cuerpo, las cosas que siento solo las puedo comparar con pequeños choques eléctricos que no tengo idea de dónde provienen exactamente.

Sonidos involuntarios se desprenden de mi garganta y noto como Eddie sonríe de vez en cuando. Se arrodilla en medio de mis piernas para quitar su pantalón de pijama, oficialmente ya estamos en igualdad de condiciones.

Surgen dudas en mi mente cuando el calor que se produjo por la fricción desaparece de entre mis piernas, junto mis rodillas para ocultar lo que sea que haya sucedido. La luz que se cuela por la ventana me deja ver exactamente la silueta de Eddie.

Decide poner sus grandes manos en mis piernas y hace esa pregunta que quizá no quiero responder por la vergüenza que me invade.
—¿Todo bien?

—No lo sé... —finalicé con una risita que pretende desviar la atención.

—Podemos detenernos ahora si eso es lo que quieres —sus manos acarician de arriba abajo mis muslos dándome a entender que comprende mi posición.

—Quiero seguir, Eddie —llevo mis manos a cubrir mis pechos.

—¿Te gusta lo que hacemos? —busca mi mirada, son preguntas serias y apropiadas —además de estar cómoda ¿te gusta que te acaricie? ¿Qué toque tu cuerpo?

—Si me gusta... —susurro.

—Recuerda que haré solo lo que tú me permitas, siempre.

Sonríe al mismo tiempo que separa lentamente mis rodillas, delicadamente sus dedos recorren el interior de mis piernas llegando peligrosamente a mi intimidad. Mi respiración se hace pesada y él sigue estudiando mis reacciones.

—¿Puedo...? —espera mi respuesta y no sé cómo explicarle mi vergüenza, pero alejo de mi mente todas las dudas para pronunciar un «sí» que permite acabar con cualquier barrera entre los dos.

No tengo ningún punto de referencia para explicar lo que siento es este momento, sus dedos acarician delicadamente mi entrepierna, mueve sus dedos presionando de vez en cuando.
En medio de todo mi ropa interior desaparece, besos van y vienen por mi pecho mi cuello y mi boca, poco a poco pierdo la vergüenza.

PRISONER - Eddie MunsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora