Capítulo 19

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Después de la conversación con Harry, no sabía muy bien qué hacer.

Sus palabras se repetían sin cesar en mi mente y hacían que me cuestionara las verdades a las que me había aferrado durante todos esos años.

Me sentía exhausto y debía ponerle fin al torbellino de mis pensamientos, de modo que me cambié y me fui al gimnasio. Tras una rutina agotadora y exigente, me duché y subí directo al despacho. Pensaba que Harry me buscaría con la intención de continuar con la conversación, algo que quería evitar, pero estaba ocupado en la cocina y ni siquiera me miró cuando pasé por delante.

En mi mesa me esperaban un plato con sándwiches y un termo con café. Miré ambas cosas un instante y después, tras encogerme de hombros, me zambullí en los documentos que había llevado a casa.

No volví a verlo hasta primera hora de la noche.

—La cena está lista si tienes hambre.

Alcé la vista y entrecerré los ojos.

—Draco, necesitas luz —Atravesó la estancia y encendió el flexo de mi mesa mientras meneaba la cabeza—. Y quizás unas gafas. Me he dado cuenta de que te acercas mucho las cosas para poder leer.

Bajé la vista, consciente de que lo que decía era cierto.

—Te pediré cita —se ofreció al tiempo que sonreía—. Dudo mucho que ese deber recaiga en los hombros de tu asistente personal.

Me vi obligado a reír entre dientes mientras ponía los ojos en blanco.

El viernes, cuando le presenté la lista a Pansy de sus obligaciones, ella me sorprendió con otra lista de su propia cosecha. Las asistentes personales de Black Group eran una especie totalmente distinta de la que habitaba las oficinas de Anderson Inc.

Su deber era el de ofrecerme apoyo, organización y, en alguna ocasión, llevarme el almuerzo, pero no estaba allí para hacerme café, para tostarme un bagel ni para recoger mi ropa de la tintorería. Decir que me puso en mi sitio sería quedarse corto. Tuvo la amabilidad de indicarme dónde se encontraba la enorme sala de descanso del personal, de enseñarme a usar la máquina del café, y de señalarme dónde estaban los bagels y el resto de la comida que Remus se encargaba de que siempre estuviera disponible para sus empleados.

Harry se fue muerto de risa cuando le conté la historia.

—¡No tiene gracia! —le grité en aquel momento.

—Desde luego que la tiene —replicó con sequedad desde el otro extremo del pasillo.

Debía admitir que estaba en lo cierto. No iba a morirme si tenía que levantarme para ir en busca de un café. Era una buena manera de estirar las piernas. De todas formas, tenía la impresión de que Pansy me prepararía un café con poca espuma y el queso de untar brillaría por su ausencia en el bagel. Harry siempre me preparaba ambas cosas bien cargadas, como a mí me gustaban.

—¡Por el amor a todo! Me estoy haciendo viejo —refunfuñé—. Gafas para leer.

Él se echó a reír.

—Sí, estás muy mayor a tus treinta y dos años. No te pasará nada. Estoy seguro de que conseguirás que te sienten bien.

Enarqué las cejas mientras lo miraba.

—¿Ah, sí? ¿Me estás diciendo que estaré todavía más bueno con gafas?

—Yo no he dicho nada. Es mejor no alimentar tu ego. La cena está en la cocina, si te apetece.

Resoplé mientras apagaba la luz y lo seguí hasta la cocina, un poco receloso. Algunos de los recuerdos más nítidos de mi infancia eran las constantes desavenencias entre mis padres. Mi madre era como un perro con un hueso, incapaz de ceder un ápice. Insistía en repetirle siempre lo mismo a mi padre, hasta que al final acababa estallando. Me preocupaba que Harry intentara retomar la conversación anterior, pero no lo hizo.

Contrato de MatrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora