Capítulo 31

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Estreché la mano de Will y eché a andar por la playa.

Harry estaba sentado en la arena con un cuaderno de dibujo en las rodillas y el lápiz en la mano, pero permanecía inmóvil. La brisa le agitaba el pelo y le alzaba los mechones de seda oscura. Me senté a su espalda y lo abracé.

—Hola.

Él echó la cabeza hacia atrás y me miró desde abajo.

—Hola. ¿De qué has estado hablando con Will durante tanto rato? —Frunció el ceño—. Por favor, dime que no le has dicho que quieres comprar las casas de alquiler.

Sonreí al ver la expresión de su rostro y lo besé en la frente.

—No. Creo que ya tiene un comprador. Solo le he dado las gracias por permitirte volver y hemos hablado de otras cosas. Del sitio al que va a mudarse y eso.

Hizo un mohín con los labios y se encogió de hombros mientras devolvía la vista al mar.

—¿Qué estás dibujando?

Levantó el cuaderno.

—Nada. Estoy disfrutando del paisaje.

Le rodeé la cintura con los brazos y lo estreché con fuerza.

—Es un paisaje magnífico.

—Penny y yo encendíamos una hoguera aquí para preparar la cena y contemplábamos la puesta de sol.

—Podemos hacerlo.

—¿Te comerías una salchicha pinchada en un palo?

—Solo si lleva mostaza. Y si después hay nubes de azúcar.

—Ah.

Me incliné y le mordisqueé la base del cuello.

—¿Crees que nunca he participado en actividades al aire libre, Harry? Anoche encendí el fuego.

—Me resultó extraño que supieras hacerlo —admitió.

—Es algo masculino. Lo llevamos en los genes.

Se giró y puso los ojos en blanco.

—Ya…

Me eché a reír y le aparté el pelo de la frente.

—En el colegio íbamos de campamento. Nos enseñaron a encender el fuego, a montar una tienda de campaña y todo ese tipo de cosas.

—¿El colegio ofrecía esas actividades?

Apoyé la barbilla en uno de sus hombros.

—Cuando era adolescente y me quedaba en el colegio durante las vacaciones, la oferta de actividades variaba. Ir de campamento era una de ellas. Me gustaba. Y sí, incluso me gustaban las salchichas. No soy un esnob integral.

Esperaba que me replicara con alguno de sus mordaces comentarios, pero en cambio se dio media vuelta, levantó una mano y me acarició una mejilla.

—¿Preferías quedarte en el colegio antes que ir a casa de tus padres?

—Si me daban la opción, sí. Se libraban de la culpa de que no fuera a casa diciéndole a la gente que estaba de excursión con el colegio o algo así. A los catorce años, me las apañé para no ir a casa en todo el verano. Me apunté a una excursión y después me fui de campamento durante un mes. Fue el mejor verano de mi vida.

—Lo siento, amor.

—No te compadezcas de mí —le solté.

—Ya hemos hablado antes de esto. Me siento mal por el niño al que abandonaron. —Se puso en pie—. Y que sepa, señor Malfoy, que otra vez está siendo un maleducado.

Contrato de MatrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora