Capítulo 8

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Draco

A la mañana siguiente, los dos nos comportamos como si nada hubiera cambiado. el señor Potter me llevó café y un bagel, que dejó con cuidado sobre mi escritorio. Repasó mi agenda y confirmó que tenía dos reuniones fuera de la oficina.

—No volveré antes del almuerzo.

Parecía desconcertado mientras repasaba su cuaderno.

—No tengo nada anotado en su agenda.

—Acordé la cita yo mismo. Asuntos personales. Después, iré directamente a mi cita de las dos. De hecho, no volveré en toda la tarde. Tómese el resto del día libre.

—¿Cómo dice?

Suspiré.

—Señor Potter, ¿es que no entiende el idioma? Que se tome el resto del día libre.

—Pero…

Lo fulminé con la mirada.

—Que se tome la tarde libre. —Bajé la voz—. En mi casa a las siete, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —murmuró él.

—Si necesita algo, relacionado con el trabajo, mándeme un mensaje de texto. De lo contrario, puede esperar.

Él asintió con la cabeza.

—Entendido.

Todo el mundo sabía que en Anderson Inc. se controlaban los mensajes de correo electrónico. Como no me gustaba correr riesgos, tenía mi propio móvil, uno cuyo número solo conocían unos cuantos escogidos. Sabía que no tenía sentido preguntarle al señor Potter si tenía móvil propio, teniendo en cuenta que parecía ir corto de dinero. Pensaba rectificar la situación ese mismo día, junto con otros detalles. No quería arriesgarme a que David controlase el tráfico de mensajes de texto y de llamadas.

—Puede retirarse —lo despaché.

Titubeó antes de sacar un sobre de su grueso cuaderno y dejarlo encima del escritorio. Se marchó sin pronunciar palabra y cerró la puerta al salir. Le di un mordisco al bagel y luego tomé el sobre para abrirlo. Saqué los documentos doblados.

Era una lista sobre él. Cosas que creía que debería saber: fechas importantes, colores preferidos, la música y la comida que le gustaban, gustos y fobias generales…

Era una buena idea. Así nos ahorraríamos una conversación muy aburrida esa noche. Escribiría mi propia lista para él, más tarde.

Volví a doblar los papeles y me los metí en el bolsillo de la chaqueta. Me pasaría el día sentado en salas de espera, así tendría algo para mantenerme ocupado.

●●●

El señor Potter llegó a las siete en punto, ni un minuto más ni uno menos.

Abrí la puerta, le permití pasar, le tomé el abrigo y lo colgué… todo en silencio. Nuestra relación era muy rígida, muy formal, algo que debía cambiar. El problema era que no tenía ni idea de cómo conseguirlo.

Lo acompañé a la barra de la cocina y le ofrecí una copa de vino.

—He pedido comida china.

—No tenía que molestarse.

—Créame, sería una mala idea que yo cocinara. No sobreviviría. —Me eché a reír—. Ni siquiera estoy seguro de que la cocina sobreviviera.

—Me gusta cocinar —afirmó él con una sonrisilla en los labios.

Era tan buen punto para empezar como cualquier otro. Me senté y saqué una carpeta.

—He ordenado que redacten un acuerdo esta tarde. Debería leerlo.

Contrato de MatrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora