Capítulo 13

1.4K 151 8
                                    

El lunes por la mañana, Harry me miró como si yo tuviera dos cabezas.

—¿Que vamos a hacer qué?

Suspiré, doblé el periódico y lo dejé en la encimera.

—No quería parecer demasiado ansioso, así que le dije a Remus que teníamos algo que hacer esta mañana, él supuso que se trataba de la licencia matrimonial y yo no lo corregí.

Tomó los platos y los llevó al fregadero. Debía admitir que era un cocinero estupendo. No recordaba la última vez que había desayunado en casa sin que la comida hubiera salido de una caja.

El día anterior, Harry salió con su coche a hacer unos «recados» y cuando regresó, tuvimos que bajar dos veces para subir todo lo que había comprado en el supermercado. En aquel momento pensé que estaba loco, pero empezaba a cambiar de opinión. La cena de la noche anterior fue pollo preparado de una forma deliciosa y los huevos revueltos que había hecho para desayunar eran espectaculares. Igual que el café. Aprobaba de corazón la compra de la nueva cafetera.

Se dejó caer contra el fregadero y se frotó la cara.

—Vale que le permitas creerlo, pero no tenemos por qué hacerlo.

Negué con la cabeza.

—No. Vamos a hacerlo. Quiero que quede rastro documental. No tenemos por qué casarnos, pero sí vamos a sacar la licencia.

—Draco…

Cogí el cheque que había dejado en la mesa.

—Considéralo un intercambio justo por la donación —Enarqué una ceja sin dejar de mirarlo—. Por la generosa donación.

Tuvo el detalle de parecer avergonzado.

—Ya te he dicho que no sabía lo que se considera «generoso» en tu mundo. Cuando Sirius empezó a hablar del tema, una de las otras mujeres sacó las uñas y soltó que ella no consideraría generosa una cantidad inferior a mil dólares. —Se encogió de hombros—. Antes de darme cuenta de lo que pasaba, me escuché diciendo que tú habías donado cinco mil. Eso la dejó muerta.

—Me lo imagino. Y no pasa nada. Salvo que ahora me debes una, así que vamos a sacar una licencia matrimonial para nuestro matrimonio ficticio.

Vació su taza de café en el fregadero.

—De acuerdo. Voy a arreglarme.

Pasó a mi lado con gesto airado y, como despertó en mí el deseo de verlo furioso, lo agarré por la muñeca y lo senté en mi regazo. Él jadeó e intentó zafarse, pero yo me reí de su vano esfuerzo.

—¿Quieres que vaya a frotarte la espalda?

—¡No!

—Haré otra donación.

Me dio un codazo en las costillas, algo que consiguió que lo soltara, y se puso en pie trastabillando.

—Draco, ¡ten cuidado o te llevo conmigo a la protectora y les digo que te castren!

Me eché a reír por lo indignado que parecía y dejé que se marchara refunfuñando algo. No supe por qué su enfado me hacía tanta gracia, pero así era.

●●●

Remus me estrechó la mano y me invitó a tomar asiento a su mesa de juntas privada.

Su despacho, al igual que el resto de las oficinas, exudaba riqueza pero sin ostentación. Los muebles eran de la mejor calidad; las obras de arte, respetables y elegantes. En las estanterías que cubrían una de las paredes, se alineaban más premios y versiones en pequeño de las campañas ganadoras. La necesidad de que una de mis campañas acabara expuesta en ese lugar me quemaba por dentro.

Contrato de MatrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora