20. Rayo.

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Posiblemente, lo que más afectaba a Erick de todo lo sucedido era la normalidad.

Volver a su casa, encontrarse a Pipo en el sofá, ver que todo estaba según lo dejó, esconderse en las sábanas y al día siguiente irse a trabajar sin haber recibido una sola llamada por parte de Joel... Eso era más desconcertante, más doloroso y tajante que cualquier cosa que hubiera podido ver. Porque significaba que el mundo no sabía lo que Erick había visto. El mundo, definitivamente, no estaría igual después de ver todo lo que Erick había visto.

Él no iba a ser quien se pusiera el contacto con Joel, pero eso tampoco significaba que todo lo que habían vivido en esos meses se esfumara de la mente de ambos.

Erick se sentía demasiado ido, demasiado sensible para pensar en otra cosa distinta a lo que sus ojos apreciaron en aquel estudio. Al llegar de trabajar se quedó inmerso en el libro que Louis le había regalado por su cumpleaños, trataba de llevar su mente tan lejos como pudiera, aunque era consciente de que su alma estaba atada ahí; en el presente más sádico de todos.

Entrada la noche, la puerta de su casa sonó.

Erick llevaba alrededor de veinte minutos tratando de leer una sola página. La confirmación de que alguien estaba al otro lado se la dio Pipo, cuando el animal se levantó de su lado y corrió hacia la puerta, olfateando por la rendija de bajo. Dejó escapar un pequeño ladrido mientras él se inclinaba para dejar el libro sobre la mesa, por lo que Erick siseó y se abrazó con sus propios brazos al comenzar a caminar.

Al mirar por la mirilla para ver de quién se trataba, fueron sus labios los que proclamaron un suspiro para darse fuerza a sí mismo. Su mano fue al pomo de la puerta y se quedó ahí durante segundos, tantos que Pipo volvió a ladrar reconociendo el aroma de la persona al otro lado.

Finalmente abrió, encontrándose a nadie más que a Joel.

Lo primero que apreció fue la forma alegre en la que Pipo saltó sobre sus piernas para darle la más cálida bienvenida. Se puso a mordisquear los zapatos de Joel después, pero Joel no hizo nada para detenerlo. Erick alzó la mirada lentamente y lo encontró con las manos en los bolsillos, los ojos irritados puestos sobre él y un hematoma imposible de pasar por alto en el cuello. Y no era como los que Erick encontró en su cuerpo hacía dos días, esos que le provocaron mariposas en el estómago y una sonrisa tonta. El hematoma de Joel no estaba hecho con cariño, ni con deseo, ni mucho menos con la confianza que ellos compartieron en el momento. Su hematoma era sangriento y asesino, como parecía ser toda su vida.

Erick se apoyó en el marco de la puerta y humedeció sus labios lentamente.

—¿Por qué no has entrado como siempre?

Él ya lo sabía. Podía echarlo de su casa en cualquier momento y Joel se iría sin decir palabra. Lo vio bajar la cabeza, sin moverse de su posición como si alguien hubiera anclado sus pies en ese pedazo del rellano. Erick sabía que ese tiempo de silencio les pertenecía a ambos, antes de que Joel hablara sin mirarlo de nuevo.

—Tenemos que hablar...

Erick tragó saliva y se hizo a un lado, permitiéndole el paso al interior de su casa. Joel pareció dudar, aunque terminó avanzando lento paso a paso, sin dejar de apreciar la forma en la que Pipo seguía sus pasos, un tanto enamorado de sus cordones.

Él bordeó el sillón e hizo un pequeño gesto con la cabeza, indicando que Joel tomara asiento en el sofá. Joel así lo hizo, sin siquiera liberarse de su chaqueta. Solo sacó las manos de sus bolsillos y acarició la cabeza de Pipo cuando el animal se ubicó entre sus piernas, buscando su mano para tener más de Joel.

El silencio de la casa no era opacado por nada más que la respiración de ambos. Erick no pensaba hablar, y Joel parecía necesitar tiempo para asimilar que estaba ahí, que se había atrevido a aporrear su puerta y presentarse frente a él. Erick tragó saliva al verlo sentarse mejor, todavía sin dedicar una sola mirada en su dirección.

Dragones De Tinta || JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora