¿ACASO TE HABÍAS ILUSIONADO? (Olivia)

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Entrar por la puerta de mi casa era uno de los mayores retos que podía haber. Tenía miedo de mi madre, de mi padre, de sus palabras y, básicamente, de todo.

—Por fin llegas—dijo mi madre al verme.
—Hola...—dije yo.

Ella se aceró a mí y me abrazó. Me esperaba de todo menos eso.

—¿Te lo pasaste bien ayer?
—Pues sí, muy bien—dije aunque no me acordaba ni de la mitad de cosas que pasaron.
—Me alegro. Menos mal que ayer sí nos avisaste, pensaba que se te olvidaría.
—¿Qué?
—Olivia, hablo del mensaje que me enviaste.
—Ah, sí, ya me acuerdo.
—Bueno, voy a seguir preparando la comida.
—Vale, yo me voy a mi habitación. Por cierto, ¿dónde está papá?
—¿No te acuerdas? Hoy empezaba su primer día de trabajo.
—Es cierto, no me acordaba.
—Ay, Olivia, ¿dónde tienes la cabeza?

No lo sabía ni yo, pero reí para que no sospechara mi resaca.

Al entrar a mi cuarto me vi reflejada en el espejo y me di cuenta de que la sudadera que llevaba puesta no era mía. Tuve un instinto y la olí. Seguramente era de Leo porque el olor me recordaba al perfume que usaba él.

Me di una ducha y, cuando ya estaba arreglada, revisé los mensajes que supuestamente le había mandado a mi madre por la noche. No me podía creer que Leo hubiera hecho esto por mí. Por la forma en la que estaban escritos los mensajes no me resultó complicado saber quién los había escrito. Se trataba de Leo. ¿Y cómo se sabía la contraseña de mi móvil? Aunque después de todo lo que había pasado no me resultaba raro que hubiera desbloqueado el móvil para decirle a mi madre que no se preocupara por mí, que iba a quedarme a dormir en casa de Daniel.

Me pasé el resto del día en casa porque no tenía ganas de salir o de hacer algo.

Las horas pasaron hasta que se hizo de noche y me fui a dormir. Menos mal que ya se me había quitado la resaca.

Cuando me levanté vi el día que era en el calendario y me di cuenta de que solo quedaban dos semanas y media para mi cumpleaños. Estaba muy emocionada por cumplir mis dieciocho años.

Bajé a desayunar, comí unas tostadas y volví a subir a mi habitación para cambiarme. Mientras acababa de arreglarme sonó el timbre. ¿Quién podía ser?

Tal vez era mi padre que había regresado del trabajo porque se había dejado algo. Igualmente no le di importancia y seguí con lo mío hasta que mi madre me llamó.

—¡Olivia, tienes visita!—me dijo desde el piso de abajo.
—¡Voy!

Seguramente era Daniel. Bajé las escaleras y mis ojos se encontraron con unos color miel. Me sorprendí al ver a Leo. Mi cara de confusión lo dijo todo.

—Hola—saludó él con esa sonrisa de chico encantador. Mi madre me miró confusa, ya que no decía nada.
—¿Estás bien, Olivia?—preguntó ella.
—Sí, pero... ¿qué haces aquí?—fui directa.
—Olivia, sé más simpática—dijo mi madre fulminándome con la mirada.

Puse los ojos en blanco mientras mi madre se alejaba para dejarnos solos.

—Eso, Olivia, no seas tan antipática—dijo él con esa sonrisa burlona después de que mi madre se fuera.
—¿Qué haces aquí?—volví a preguntar.
—Daniel nos espera junto a los demás, me ha dicho que pasara a buscarte.
—Daniel no me ha dicho nada de que saldríamos.
—Bueno, pues mejor. Así es sorpresa.
—¿Y dónde vamos?
—Ahora lo verás.

Salimos de mi casa y nos metimos en su coche.

—Ya te habías ilusionado, ¿eh?
—¿De qué me estás hablando?—lo miré con el ceño fruncido.
—Creías que te iba a ver.
—Claro que no.
—Pero te hubiera gustado...

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