Capítulo 32

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Me gusta la gente capaz de entender que el mayor
error del ser humano, es intentar sacarse de la
cabeza aquello que no sale del corazón.
Mario Benedetti

En repetidas ocasiones, Kai afirmaba adorar a su familia y quererla con todo su corazón, pero eso no quería decir que no se muriera de vergüenza por tener que presentarles a Steve. Ya no solo se trataba de sus padres, también estarían sus abuelos paternos, algunos de sus tíos que vivían por los alrededores y la inesperada visita de su tía de Hawái, la cual desde que se divorció parecía que acabase de descubrir el mundo. Solo de recordar cómo se pusieron todos el día que presentó a Ethan por primera vez ya le hacía sudar de los nervios. Sabía que esta vez sería peor, ya que su madre se encargó de que todos los invitados conocieran el nombre de su acompañante por adelantado.

La mañana de Acción de Gracias siempre era un alboroto, sobre todo, por parte de Lia que no se permitía ni un solo fallo. Kai creía firmemente que para su madre era uno de sus días favoritos, porque era de los pocos en los que podía sacar la vajilla de la que tanto presumía, así como las servilletas de lino, el mantel a juego y demás decoraciones que guardaba en el garaje. De hecho, esa fue la tarea de su marido y de Steve: sacar las cajas del garaje.

– Y ya que estáis, pasad un trapo con agua, deben tener polvo. Ah, sí, también aprovechad y sacad todo lo de Navidad, en nada ya empezaremos a montar el árbol.

Eso fue lo que dijo la mujer antes de dejar que marcharan a su cometido, mientras tanto ella se quedaría con su hija arriba. Siendo sinceros, y Kai lo sabía, aquello era una excusa para procurar que su marido no estorbara en la preparación del acto.

– Los hombres no tienen sentido del gusto. Si por tu padre fuera nos limpiaríamos con servilletas de papel – decía continuamente.

– No todos los hombres son así, mamá.

– ¡Ja! Ya me lo dirás cuando tengas mi edad.

Pero la chica nunca se esforzaba en llevarle la contraría, era inútil.

Quizás, para Steve, fue mejor bajar a quedarse arriba. Lia era una mujer encantadora y muy graciosa, pero tenía un carácter difícil de dominar, además de una obsesión insana por controlarlo todo, en eso le recordaba bastante a Alyn y se echó a reír. Por un momento, pensó en ella y en cómo se encontraría, iba a llamarla, pero cuando terminara todo. Desde lo ocurrido, quería estar pendiente de su amiga, había sido un golpe duro para ella y aunque confiara en que los Brown estarían cuidando de ella lo mejor posible, le era difícil no preocuparse igual.

Richard parecía haber salido de un cuento infantil, si el rubio hubiera creído en los misticismos hubiera dicho que se le podía ver el aura bien pura, aquello le recordó a William, el padre de Emily, con el que se llevaba de maravilla y al que no volvería a ver. Le dolía un poco pensarlo, pero Richard y Lia también le daban buenas sensaciones. ¿Conocerían a los Brown? Seguro que sí, teniendo en cuenta la fuerte relación de sus hijos. Se imaginó cómo sería una cena con las dos parejas juntas y la verdad es que le hizo bastante gracia.

Y pensar que él nunca había vivido algo así, ni lo viviría. Sus padres eran muy sociables, pero sus cenas con amigos se centraban más en negocios que en temas lúdicos, nada que ver. Suerte que Regina estaba siempre a su lado en aquellas situaciones, con ella se le hacía más fácil tragar las reuniones que disfrazaban con el nombre de "Cena de Amigos".

La voz del hombre fue la que lo sacó de sus pensamientos.

– ¿Puedes ayudarme? –. Steve asintió y rápidamente bajó una caja de cartón en la que estaba escrito Navidad, con letras grandes –. Gracias, chico.

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