Capítulo 43

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The fire is slowly dying
And my dear we're still goodbying
Long as you love me so
Let it snow, let it snow, let it snow!
Frank Sinatra

Observar a Alyn en aquella casa era como contemplar el contrario de lo que era hacía un mes. Su rostro había pasado de estar en constante estrés a permanecer relajado. Al igual que su ropa, también había cambiado; sus faldas y pantalones rectos, junto con sus vaqueros y camisetas lisas, habían desaparecido (aunque de vez en cuando aún las utilizaba) para dar paso a una ropa más ligera o hippie, como a ella le gustaba llamarla.

Sin embargo, la diferencia más notoria fue en su forma de vivir. Sus horarios diarios minuto a minuto se habían esfumado, no había ni rastro de ellos. Lo único que había quedado eran unas pequeñas listas con tareas del hogar sin un día u hora fijada. No obstante, aún quedaban pequeños rastros de su vena un tanto controladora. Como en aquel treinta y uno de diciembre.

Desde que se había levantado, Alyn se puso manos a la obra. Limpió, barrió, fregó e, incluso, intentó redistribuir los muebles por si quedaban mejor de otra forma. Era consciente de que en algún momento debería cambiar los viejos muebles de su abuela (sin renunciar a algún par) por unos más nuevos y que fueran más de su estilo y agrado. Pero hasta el momento se conformaría con poner la casa patas arriba para después dejarlo tal y como estaba al principio.

Revisó por quinta vez la receta de lo que iba a cocinar aquella noche y tuvo que cerrar los ojos cuando un dolor intenso se instaló en su pecho. Las recetas de aquellos platos pertenecían a su abuela e iba a ser el primer año que los haría sin ella. Respiró profundo y miró la foto de la mujer, que aún mantenía en uno de los estantes de la cocina.

– Esta noche es por ti, abu – murmuró justo un segundo antes de que la puerta principal sonara.

Frunció el ceño al ver la hora, ya que técnicamente los invitados no iban a empezar a llegar hasta, mínimo, las siete y media. Así que, confusa, se fue hacia la puerta para abrir.

– Steve – lo nombró, sorprendida –. ¿Qué haces aquí tan pronto?

– No podía seguir en la ciudad – fue la escueta respuesta que soltó mientras dejaba un beso en la frente de la chica y entraba a la casa.

– ¿Ha pasado algo?

– No.

– ¿Tus padres? – cuestionó con cautela, sabiendo que el tema no era de mucho agrado para su mejor amigo. Este no respondió –. ¿O es por lo de Kai? –. Entonces notó una reacción, las manos se transformaron en puños. Supo enseguida que debía cambiar de tema –. Estaba a punto de ponerme a cocinar – comentó dirigiéndose a la cocina y se paró antes de entrar para mirarlo por encima de su hombro –. Mueve ese culito y ven a ayudarme.

A Steve se le formó una sonrisa que a Alyn le llenó el pecho. Dejó su pequeña bolsa, con lo necesario para los días que se iba a quedar, y la siguió. Se pusieron codo con codo en la encimera y mano a mano fueron siguiendo al pie de la letra las recetas.

Los invitados de esa noche consistían en los mellizos, Peter, Steve y ella. Lena, tras la escapada que hizo en navidad, no tenía permitido salir de casa hasta la vuelta a clase. Alyn quiso intervenir para que no la castigaran, pero su hermana no se lo permitió. En conclusión, no podía asistir. Aunque para cubrir su puesto creyó que Steve invitaría a Lorie.

– Oye –, murmuró mientras pochaba las verduras en la sartén –, pensaba que te traerías a Lorie, como os pasáis todo el día juntos –. Las manos del rubio, que removían la sopa, se detuvieron; su mandíbula se tensó.

– Hemos decidido darnos un tiempo – susurró volviendo a su tarea.

Alyn no notó esas acciones, ya que tenía la vista fija en lo que hacía, pero una vez esa frase salió de los labios de su mejor amigo, se giró a verlo. En su rostro se formó una sonrisa divertida por la selección de palabras para decirlo.

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