Negarse al amor por miedo a sufrir, es
como negarse a vivir por miedo a morir
Jim MorrisonEthan se encontraba en el suelo de su estudio. Estaba completamente manchado de pintura tras un par de días, con sus respectivas noches, sin hacer nada más que pintar y pintar, y seguir pintando. Tenía demasiadas emociones mezcladas en la cabeza que necesitaba sacar y su única vía fue hacerlo a través de la pintura. Los cuadros iban pasando por el caballete sin descanso y en ellos se desahogaba.
Ira, tristeza, alegría, impotencia, nostalgia... esas y más fueron las emociones que quedaron plasmadas en una gran serie de cuadros a los que bautizó con una simple vocal.
A
En aquellos momentos, tumbado sobre las tablas de madera, agotado, sintió que sus ojos, hinchados de tantas horas sin lograr conciliar el sueño, cedieron hasta cerrarse. Aunque no se durmió, sino que los engranajes de su mente volvieron a activarse sin poder controlarlos. Y pensó, o mejor dicho sobre-pensó, de nuevo.
Pensó en ella, en la primera vez que la vio. Tan preciosa, tan alocada y atrevida, tan borracha. Tan única. Recordó también los días posteriores, sus negativas a que él se acercara y a dejarlo formar parte de su vida. Incluso sabía el momento exacto en el que supo que no había marcha atrás, que ella había logrado colarse en su cabeza y por las rendijas hasta su corazón. Fue aquel día, cuando se disculpó con el dibujo. Ese cuadro que aún ocupaba su lugar de honor en la pared sobre su cama.
Fueron tantos instantes compartidos que no volverían a repetirse con alguien más, ni tampoco con ella. Puede que no desapareciera de su vida, pero no estaría en ella como él realmente deseaba. Sin embargo, su viaje no solo fue por los momentos bueno, también revivió los errores, el que ella hizo y ese que él mismo provocó y que sentenció el final de todo. De ellos.
Entonces, sin preverlo, en sus retinas se proyectó aquel casi beso.
– Ella tenía razón – susurró, derrotado –. No era lo correcto.
El dolor ante aquellas palabras le recorrió todo el cuerpo y tuvo que apretar los ojos para no llorar. Nunca había sido alguien con tendencia a llorar y no por la excusa, que él creía absurda, de ser hombre; sino que simplemente no era de hacerlo. Mucho menos llegó a pensar que algún día lo haría por amor, no al menos por uno romántico. Pero ahí se encontraba él, sintiendo que perder a Alyn haría caer todas sus barreras, se derrumbaría.
No obstante, un fugaz recuerdo le devolvió la cordura. Un te amo dicho semanas atrás. Sus ojos se abrieron de golpe y su cuerpo se enderezó un segundo después. Ante él se encontraba el último cuadro que había pintado. Lo observó con atención. Dos figuras difuminadas, pero que se dejaba ver claramente que se trataban de dos cuerpos, demasiado cerca, pero atados por cadenas que les impedían llegar a tocarse. El significado de aquellas cadenas le hicieron reaccionar.
"Espera...", se habló a sí mismo sin dejar de mirar su propia obra; "¿De verdad tiene razón? ¿De verdad no podemos tener lo que ambos anhelamos solo por dos errores de los cuales nos arrepentimos, por los que ya hemos pagado y por los que ya nos hemos perdonado?"
Y la respuesta se mostró clara ante Ethan.
✩ ✩ ✩
No dejaba de pensar en él, en aquella noche que revivieron, en aquel colgante que no se había quitado en ningún momento y..., sobre todo, en aquel roce de labios que tanto deseó y seguía deseando que se hubiera convertido en un beso. En uno de aquellos besos que tanto amaba y que eran capaces de quitarle el sentido. Se llevó dos dedos a sus labios mientras, con los ojos cerrados, intentaba rememorar las sensaciones de los labios del chico que un día fue suyo. Pero el recuerdo casi se había esfumado y solo se acordaba de que eran cálidos y firmes.
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JugendliteraturAlyn Stewart es una chica de diecinueve años. Organizada, decidida y responsable. Lleva su vida controlada minuto a minuto, guiada por sus padres. Comienza su segundo año de la carrera de arquitectura y tendrá que compartir habitación con su nueva c...