Capitulo 2: Las Elecciones.

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C2. Las Elecciones.

Brooke.

La leucemia linfoblástica aguda llegó a nuestras vidas tan lentamente que no nos hubiésemos dado cuenta de no ser por un ataque vomitivo que tuvo Miles hace tres años en casa.

No mucho después de cumplir los cinco años, Miles había empezado sintiéndose cansado, demasiado para ser tan pequeño y joven. En ocasiones me decía que se sentía mareado o con nauseas, a veces notaba cierta dificultad en su respiración, habían noches en las que me pedía que apagara su aire acondicionado porque tenía mucho frío, o iba a mi habitación pidiéndome dormir con el porque su cuarto se sentía helado. Fuimos al médico cuando empecé a notar la palidez en su piel, pero me habían dicho que podría simplemente ser un malestar normal, que no había necesidad de alarmarse, me indicaron algunos medicamentos y me enviaron a casa.

Las semanas pasaron y Miles seguía sintiéndose igual, quizás peor.

Iba a tomar la decisión de ir nuevamente al hospital y dirigirme directamente a los laboratorios, pero un día, Miles solo mejoró. Estaba más enérgico, yendo de un lado a otro, comiendo bien, jugando. Fue entonces cuando pude darle la razón a los especialistas. Al final del día, los médicos eran ellos, no yo.

Un día como cualquier otro, habíamos llegado a casa y a Miles le dolía el cuerpo, parecía tener gripe. Lo vi normal, ya que la noche anterior salimos a comer un helado y de regreso al departamento empezó a llover con fuerza. Ambos llegamos empapados.

Por suerte, había comprado lo necesario para preparar caldo de pollo. Lo ayudé a ponerse su pijama y lo recosté un rato en mi cama mientras yo preparada la comida en la cocina.

Recordaba a la perfección ese momento.

Estaba en la isla de la cocina picando unas zanahorias para el caldo. En la radio se escuchaba Yellow de Coldplay y tenía una sonrisa en el rostro mientras disfrutaba el ritmo tranquilizante de la canción.

Pero toda tranquilidad y buen ambiente se esfumó cuando lo escuché:

—¡Brooke! —me gritó. No pasaron ni dos segundos cuando empezó a toser fuertemente.

Dejé caer el cuchillo en el suelo y corrí hacia mi habitación. No lo vi en la cama. Estaba en el baño. Al entrar, vi a Miles ahí, tirado en el suelo con la cabeza dentro del inodoro.

Entreabrí los labios, entrando en pánico. Me tiré junto a él, y cuando me miró abrí los ojos como platos. Toda su boca estaba llena de sangre, y al mirar dentro del inodoro, me di cuenta de que el agua estaba roja por los coágulos que Miles había vomitado.

—Brooke, ¿que está pasando? —me preguntó, sin entender su propia situación del todo.

El miedo en su expresión y el temblor en su voz hicieron que mi cuerpo temblara por el pánico que crecía y crecía dentro de mi.

Lo levanté en mis brazos en un movimiento rápido y él se aferró a mi cuerpo como si su vida dependiera de ello.

—Estas bien...

Tenía que llamar a una ambulancia, pero sentía que caería en la locura esperando. Necesitaba llevarlo lo antes posible al hospital.

Bajé a toda velocidad hasta el estacionamiento del edificio. Lo subí en la moto frente a mi, con su espalda pegada a mi pecho. Le coloqué el casco que había comprado especialmente para el y arranqué directo hacia el hospital.

Le hicieron un montón de pruebas y le pusieron inyecciones. Tuvieron que internarlo, para al final, luego de unas horas que me parecieron interminables, le detectaron cáncer en la sangre, un cáncer que ya había avanzado sin darnos cuenta.

La Última Carrera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora