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Musa.

Mis gritos se oyeron por todo el lugar. Sam sonrió con notable burla. Antes había sentido un poco de compasión y lastima por él, pero en esos momentos lo  odiaba y repudiaba con todo mi ser. Intenté invocar nuevamente la espada de sombras, pero nada sucedía. Miré mis manos temblorosas mientras las lágrimas que resbalaban por mi rostro caían sobre ellas. Mi vista se devolvió al chico quien no dejaba de sonreír. Me sentí acorralada, al  borde de los nervios. Intenté correr, pero Sam me detuvo entre sus brazos; era rápido, muy veloz. Él se alejó un poco y yo me quedé paralizada. No iba a poder huir.

—De nuevo intentaste atacarme —dijo Sam haciéndose el ofendido—. Deberías agradecerme, todo esto lo hago por ti...

—¡No te he pedido nada! —solté de manera brusca.

Él hizo el ademán de querer acercarse de nuevo, pero retrocedí. Estaba muy asustada.

—Tranquila, no te haré daño —me extendió su mano— ¡Cómo le haría daño a mi reina de la oscuridad!

—¿Re-eina? —solté, aún sollozando.

—¿Acaso crees que gobernaré este mundo de sombras y bestias yo solo?

Sam estaba mal de la cabeza.

—¡Y tú crees qué quiero gobernar un reino de cenizas y antinatural! —grité.

Sam dejó de sonreír para acercarse a mí en grandes zancadas.

—Serás mi reina, quieras o no.

La puerta principal se abrió de forma estruendosa, giré mi cabeza y la ví en pedazos. Era Joseph y traía algo en su mano. El rubio se acercó a nosotros con la cabeza gacha y la respiración acelerada.

—¡Oh, salve Rey Sam y Reina Musa! —se arrodilló y mostró la cabeza que traía en su mano. Era el rostro del hombre del cienpiés.

Joseph comenzó a reír a carcajadas y tiró la cabeza hacia los pies de Sam, para luego levantarse.

—¡Crees que voy a arrodillarme ante ti y decir todo eso de verdad! —el rubio intentaba no reir mientras hablaba— Mira, solo un rasguño.

Joseph limpió la sangre que salía de la comisura de sus labios. Sam volvió a sonreír. Sentí que estaba en un manicomio, ya no sabía quién de los dos era más perturbador.

—Peleemos —soltó el pelirrojo— ¡Ah, déjame mencionarte que no hay sombras!

El chico sacó de su bolsillo una piedra. Me parecía conocida, la verdad, creí haberla visto antes en algún lugar.

—¿Tanto miedo nos tienes? Tuviste que traer artillería pesada... —Joseph se sacudió y se colocó en posición de pelea— ¡Está bien, hagámoslo!

Era la señal. Me quité del medio de la sala y dejé a esos dos allí, apunto de enfrentarse en un duelo a muerte. Sam dejó de prestarme atención, él solo miraba a Joseph. Era el momento, no me tomó ni un minuto escabullirme lejos del lugar de la pelea. Corrí, corrí como nunca buscando el lugar donde escondían a Hyunjin.

Tuberías, vapor, humedad...

El sótano.

Debía hallar el sótano.

Miré unas puertas metálicas extrañas. Debía ser allí. Al abrirlas quedé estupefacta ¿Qué era ese lugar? Había unas escaleras de metal y la entrada ancha, paredes pálidas y tuberías grandes colocada perfectamente en estas. Bajé con cuidado, el lugar estaba en silencio. Sigilosa como una bestia cazando a su presa, me saqué la navaja que guardaba en mi bota. Mis pasos eran lentos y mi pulso para defenderme infalible. Me conseguí con otro par de puertas metálicas pero estas eran más pequeñas y de un metal no tan fuerte como las otras. Las empujé, al hacerlo me encontré con un baño de sangre. El suelo se encontraba empapado del líquido carmesí y había cuerpos inertes, tapé mi nariz y boca con la mano. Con cada paso que daba me conseguía más y más cuerpos. Investigué más a fondo el lugar, era un laboratorio ¡Un puto laboratorio!

ZWILLINGE ©| +18| [Hwang Hyunjin] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora