Prólogo.

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El día, como todos, no era prometedor, cielo gris, clima gélido, pero cuerpos en calor debido al movimiento. En la estación, estaba Angela Sharapov con su madre, quien con afán encauzaba a su hija al vagón número 3. Al mismo tiempo en el que le ayudaba con sus maletas ambas observaron con pesadumbre el sitio; multitudes de personas, expresando sentimientos a través de lágrimas, sonrisas o cualquier otro gesto que denoten bienvenidas cálidas o dolorosas despedidas.
Misteriosamente, Angela no sentía nada de eso, sin embargo lo que la aquejaba internamente era un nudo en el estómago y no en la garganta como usualmente sucede, tenía ganas de llorar, aún así...simplemente no podía.
Su madre, Marine Sharapov, una mujer de pelo castaño y ojos grises tirados a verdes, tez blanca y labios carnosos, tenía de esas bellezas comunes que justifican el hecho del por qué un hombre se interesara en ella, era hermosa si, sin embargo no era de apariencia fuera de lo normal.

Ubicándose en el asiento asignado del vagón, con la mirada a través de la ventana, Angela se estremecía con algo de melancolía al observar todo lo que abandonaría dentro de poco, sintiendo esa nostalgia que un corazón siente cuando está arraigado a algo que siempre lo ha acompañado o en este caso, a un lugar que la ha visto crecer y con el que ella innegablemente se encuentra familiarizada. Aun así, ya estaba decidido, y por voluntad de sus padres, ella tenía que continuar cierta parte de su crecimiento con su tía materna ¿por qué? Ese será hasta ahora el enigma.
Con tono titubiante, Angela se decidió a romper el penumbroso silencio, sentía que merecía al menos una explicación en cuanto a todo lo que acaecía en su vida en esos momentos.

Nunca me dijiste por qué me estoy marchando —preguntó con incertidumbre, aprovechando los escasos minutos para esperar una respuesta de su madre—  y para ser justos, creo que merezco saber las razones.

Conformate con saber que, es por tu bien, hija. No te mandaré con gente extraña. Es tu tía Sarah. —trató de sonar convincente y cálida, sin embargo fue una respuesta lacónica

Pero tengo miedo de ella. —respondió la niña, quien temía de su tía, a quien recordaba de apariencia sombría y extraña. Su temor podía comprenderse. Una niña de 13 años, que viaja sola, a un lugar desconocido y con una persona con la que no recordaba haber establecido alguna relación— ¿Por qué tiene que ser con ella?

Sin obtener respuesta inmediata, dejando escapar un suspiro, Angela se conformó con entender que aquel tema no se le sería revelado, al menos por ahora. Observó a su madre quien con expresión aquebrantada le supo decir:

No temas de ella... puedo asegurarte que lograrán entenderse mejor que nadie. —dicho esto, extendió sus brazos para cerrarse en un cálido abrazo de confort y despedida  mientras que en sus ojos lágrimas amenazaban con salirte extrañaré pequeña. 

A lo lejos Ángela aún podía ver a su madre mientras esta se marchaba sin devolverle la mirada; absorta y aún sin entenderlo, más que sorprenderle su destino, le sorprendía el hecho de no derramar lágrima alguna.

El destino implicaba una pequeña región ubicada al este, quizás de aspecto más urbano, sin embargo era de su conocimiento que la casa de su tía materna se encontraba en las afueras de aquel destino. Ahora las interrogantes que la inundaban era el saber si alguien estaría esperándola y cómo se estimaría su tiempo de llegada.

El encargado del tren, sin la noción de las horas transcurridas, hizo mención del destino y  antes de que empezara el tedio de tener que convivir con pasajeros enormes, que tienen prisa, que no dejan continuar y que en su mayoría obstaculizan el trance, la niña, con aspecto somnoliento se apresuró a recoger su escaso equipaje.
Luego de tener éxito, se dispuso a emprender la marcha hacia un sitio estratégico en el que podía ser observada si alguien verdaderamente la estuviera buscando. En ese corto tiempo de espera, estaba planteándose actividades que podría hacer durante su estancia; fueron quince minutos hasta que, de observar sus dedos con algo de tierra pasó a observar unos botines cafés y continuando con el examen vio quien los usaba.

Mi mejor desdicha.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora