A la mañana siguiente, el primero en despertar fue Agorén. La noche anterior habían tenido sexo tres veces, y aunque se hallaba extenuado —tanto que los parpados le dolían al abrirlos—, comprendía que la responsabilidad estaba primero y debería reunirse cuanto antes para organizar las defensas. Se vistió con su túnica dorada con detalles en azul marino y negro, y entonces se recostó en la cama, junto a Sophia, que yacía profundamente dormida y desnuda. Le acarició una mejilla, apartándole un mechón de cabello pelirrojo, y entonces le besó la frente. Poco a poco, ella abrió los ojos y lo miró, con una sonrisa.
—Buenos días —dijo él.
—¿Ya te vas? —preguntó, adormilada.
—Tengo que reunirme con los capitanes de las defensas planetarias, y con el Alto Rey.
—¿Y vas a irte sin mí?
—Pensé que querías quedarte descansando, puedo hacer que Ghodraan venga conmigo.
Asombrada, ella abrió un poco más los ojos, y lo miró.
—¿Lo vas a llevar? Me dejas perpleja —comentó, con una sonrisa.
—Prefiero que aprenda la diplomacia y no la guerra, a ser posible. Algún día tendrá que aprender algo, y ya sea lo uno o lo otro, al final va a ser su decisión. Pero nada me impide inculcarle algunas cosas de antemano, como el hecho de tener un buen trato con las altas jerarquías del planeta —respondió.
Sophia lo miró asintiendo con la cabeza, pensando que tenía mucha razón. Lo cierto era que ella tampoco quería perder a Ghodraan en una guerra, al fin y al cabo, es su único hijo. Pero también conocía la sangre impetuosa que lo gobernaba, una sangre que era digna de su padre, y también de ella. Entonces sonrió.
—Cuídalo, y enséñale bien —dijo.
—Siempre lo hago —Le respondió, estirándose para darle un largo beso en los labios. Con picardía, una de sus fornidas manos le acaricio suavemente un pecho, sintiendo el pezón entre los dedos—. Te amo.
Agorén se irguió y salió del dormitorio escuchando el "Y yo a ti, mi amor" de Sophia, susurrado tras su espalda. Atravesó toda la sala principal confeccionada en piedra y allí, en el patio, estaba su hijo, practicando con la espada de madera y dando golpes al aire. Se movía ágilmente, y Agorén reconocía que tenía buena mano para ello, además de destreza. Eso le alentaba a llenarlo de orgullo, pero también le daba temor, porque percibía que sería un guerrero igual que él. En un rápido movimiento, Agorén se acercó por detrás y justo cuando Ghodraan giraba para dar una estocada, le sujetó la espada de madera con la mano.
—¡Padre, no te había visto! —exclamó, asombrado. Agorén sonrió.
—Cámbiate de túnica, vamos a reunirnos con los capitanes de las defensas.
Ghodraan lo miró sin entender.
—Creí que irías con madre, como siempre haces cada vez que te reúnes con el Alto Rey o con los ejércitos.
—No esta vez, hijo. Vamos, cámbiate la vestimenta, ponte algo elegante.
Sin salir de su asombro, Ghodraan casi corrió hasta la casa, presuroso para cambiarse de túnica y ponerse algo más acorde para la ocasión: una simple de tela celeste, con detalles en rojo encima de las hombreras. Agorén mientras tanto lo esperaba afuera, con las manos a la espalda, casi saboreando el entusiasmo de su hijo al poder participar en algo tan importante como una reunión de semejante peso para la población. En cuanto lo vio salir, preparó uno de los transportadores y juntos emprendieron el camino hacia uno de los edificios principales de las Yoaeebuii en Kantaaruee: una gigantesca estructura rocosa con forma circular y techo abovedado, que parecía levitar a pocos centímetros del suelo por geomagnetismo. Frente a ella, había dos hileras de columnas de roca verde, que resplandecía cuando las sombras de los árboles pasaban por encima de ellas, y eran quienes proporcionaban de energía a toda la estructura interna de semejante edificación. Ghodraan las miró fascinado en cuanto descendieron del transportador y caminaron entre ellas, ya que le parecían casi del tamaño de un gigante, imponentes y bellas a la vez.
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La última guerra
FantasyAtrás ha quedado la invasión a la Tierra, y también su propio pasado. Sophia Cornell vive feliz junto a Agorén, su fiel compañero, y Ghodraan, su primer y único hijo. Aires puros, aguas cristalinas, tradiciones nuevas que descubrir y por sobre todo...