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Ghodraan oscilaba entre la somnolencia y la lucidez varias horas durante el día. A veces dormitaba, a veces solamente se mantenía despierto mirando al techo blanco de la sala de sanación, mientras sentía como las pequeñas maquinarias le reconstruían el tejido de su cuerpo. Sin embargo, sobre la tarde del segundo día, todo fue a mejor. Se sentía más animado, ya no dormía tanto y hasta incluso tenía ánimos para hablar con algunos de los Negumakianos que trabajaban allí, atendiendo a otros soldados heridos. Sobre el anochecer, la compuerta se abrió. Pudo oírla pero no verla, ya que al estar acostado boca arriba en esa especie de camilla anti gravitatoria, solo podía mirar hacia los costados y hacia el techo.

Sin embargo, en su rango de visión apareció Kiltaara. Estaba hermosísima, el cabello rubio le caía largo y suelto por detrás de la espalda, sobre los hombros. Tenía una túnica blanca doméstica, y todo en ella parecía resplandecer, o quizá no, tal vez solamente era la emoción por volver a verla, se dijo. Kiltaara dio un gemido de ahogo, quizá de pena por verle en aquel estado, y corrió a su lado. Ghodraan levantó el brazo herido, las pequeñas máquinas siguieron su trabajo sin despegarse de él, y entonces le extendió la mano. Kiltaara se la tomó, y sin poder evitarlo, un par de lágrimas se desbordaron de sus ojos, precipitándose hacia abajo.

—Por Woa... mírate como estás... —murmuró. Luego se llevó la mano de Ghodraan a los labios, y le besó los nudillos raspados y heridos.

—Pero pudimos contener el ataque —Sonrió él. Ella también sonrió, a su vez. Aún estaba acostumbrándose a todos aquellos gestos, a sentir emociones, pero le gustaba, se sentía cómoda con ello.

—Tú arriesgaste tu vida, derribaste la nave principal. Tu padre fue a mi celda junto con un guardia, él me contó todo. También me comentó que el rey Miseeua te ofreció un cargo en las Yoaeebuii y lo rechazaste por liberarme. ¿Por qué hiciste eso? Me dijiste que era tu sueño, era lo que querías hacer.

—Tú eres más importante que eso, como le dije al rey y también a mi padre. Te amo, Kiltaara. No quería que estuvieras allí encerrada ni un momento más.

Ella bajó la mirada un instante. Entonces sonrió.

—Eres demasiado bueno conmigo, nadie lo ha sido nunca, ni siquiera mi padre —dijo.

—Me alegra serlo, me alegra ser yo a quien has elegido. Cuando vi el ataque, solo podía pensar en ti, en llegar a las celdas para liberarte de alguna forma. Si los K'assaries lograban tomar la ciudad y llegaban hasta allí... no quiero ni pensarlo. Tenías que haberlos visto, son horribles, no más que bestias asesinas, pero brutales.

—No debías haberte expuesto, casi mueres, Ghodraan. Si tu mueres yo... —Kiltaara hizo una pausa, y negó con la cabeza. —No podría continuar. Allí abajo en mi celda podía oír los ruidos del combate, ¡Estaba desesperada! Y lo único que podía hacer era pensar en ti, y rogar para que nada malo te sucediera...

—Tenía que hacerlo, iban a tomar el único cañón que quedaba en pie. Aun así, me preocupa nuestra situación...

—¿A qué te refieres?

Ghodraan dio un leve suspiro antes de continuar.

—Solo fue una nave nodriza. Una sola nave —dijo, remarcando esta última frase—. Y casi nos diezman. Allí afuera hay ¿Cuántas? ¿Cientos, miles de naves más? Viniendo hacia aquí. No vamos a poder. Nos van a arrasar en cuanto lleguen a Negumak.

Kiltaara presionó la mano de Ghodraan contra sus labios con un poco más de fuerza, como si temiera que se le fuera a escapar como agua entre los dedos, o quizá como una especie de amuleto para infundirle valor. Una lágrima cayó encima de ella, él la notó, pero no dijo nada.

La última guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora