Durante el correr de los días, Agorén se mantuvo bastante atareado con respecto a los últimos detalles que concernían a la defensa planetaria. Algunos informes —por suerte la minoría de ellos— no eran buenos, pero gracias a la ayuda del Alto Rey Miseeua pudo resolverlos satisfactoriamente: solo un rey fue juzgado y despojado de su título por negarse a colaborar con los costes de las defensas, una de las naves de combate se incendió debido a un mal funcionamiento en los propulsores, y los campos de fuerza que protegían la ciudad de Eeiveuaa estaban tardando más de lo necesario, por lo que tuvieron que destinar algunos constructores extra para terminar cuanto antes con las tareas pendientes.
Finalmente, el día de partir a la sede del Concejo de los Cinco llegó con una mañana clara y despejada, un cielo sin nubes donde se podía ver con perfecta nitidez cada una de las tres lunas del planeta. Agorén se vistió con sus mejores galas: una túnica azul claro, bordada con detalles dorados y negros, se recogió el cabello rubio en una triple trenza que le caía grácilmente por la espalda cubierta por una capa roja, y luego de despedirse de Sophia, Ghodraan y Kiltaara, subió a su aerotransportador para dirigirse hacia el puerto de lanzamiento mayor, donde una nave tripulada lo estaría esperando.
No tardó mucho en llegar al lugar indicado, ya que el aerotransportador era ágil y rápido a pesar de ser un aparato pequeño, y en cuanto bajó del mismo, una comitiva de ocho Negumakianos —los cuales serían su tripulación designada para el largo viaje— lo estaba esperando, con las manos a la espalda y sus vestimentas finas. Juntos ingresaron al enorme establecimiento, mientras escuchaba el sordo zumbido que la gigantesca nave negra emitía, debido a su campo magnético anti gravitatorio. En cuanto los detalles finales fueron ultimados, Agorén y su comitiva subió a la enorme nave triangular. El techo del puerto de lanzamiento comenzó a abrirse a la mitad lentamente, dejando ver el claro cielo en su abertura, mientras la nave aumento la intensidad de su vibración alistándose para tomar vuelo. Adentro, dos Negumakianos destinados para el control de la nave se dirigieron al tablero de luces y hologramas que comandaba el aparato, tocaron una serie de símbolos aquí y allá programando el lugar de destino, y en cuanto ya el techo de aquella estructura estaba abierto por completo, la nave comenzó a elevarse a buen ritmo. Agorén, por su parte, preparó su cámara de aletargamiento y se metió dentro de la misma cuanto antes, acostándose boca arriba y cerrando los ojos, mientras la compuerta se cerraba de forma hermética. Un miembro de la tripulación destinado para ello programó el tiempo de letargo, los pilotos de la nave calibraron el salto cuántico para el viaje automático, y en cuanto la nave cruzó la atmosfera del planeta hacia el espacio exterior, ya todos estaban bien dormidos en sus respectivas cámaras de aletargamiento.
Para Agorén, el viaje duró poco más que segundos, pero en realidad atravesaron cuatro galaxias en su totalidad, curvando el espacio tiempo dos veces para poder llegar más rápido. Aun así, el viaje duró poco más de seis días, y en cuanto la cámara de aletargamiento por fin se abrió de forma automática, sentía que todos los músculos de su cuerpo estaban acalambrados, al estar en la misma posición durante tanto tiempo. Mientras se sentaba en el borde del aparato para recuperar la estabilidad, moviendo la cabeza de un lado al otro de forma lenta y estirando sus extremidades, Agorén miró hacia la sala de mando de la nave, donde mucho más adelante podía ver la estructura circular que formaba la sede del Concejo de los Cinco, rodeando una enana roja en el corazón de la galaxia de Andrómeda. Aún faltaba un poco para llegar, pero a pesar de la distancia, podía ver refulgir las luces y las naves que revoloteaban en semejante construcción tecnológica, y no pudo evitar sonreír. Era un sitio donde siempre le gustaba volver, aunque muchas veces no lo dijera.
Luego de que la nave tomara su lugar en uno de los puertos designados, la escotilla de acoplamiento se abrió uniéndose a ella, y en cuanto todo estuvo listo, Agorén y su tripulación cruzaron el puente de embarque hasta el interior del Concejo de los Cinco, donde diversos seres de múltiples razas alienígenas iban y venían de un lado al otro, charlando entre sí o afanados en sus tareas. Un ser humanoide, casi tan alto como el propio Agorén, de piel gris, barbilla fina y ojos muy grandes y negros, se le acercó con rapidez. Era un Emerther, una de las razas fundadoras del Concejo.
ESTÁS LEYENDO
La última guerra
FantasíaAtrás ha quedado la invasión a la Tierra, y también su propio pasado. Sophia Cornell vive feliz junto a Agorén, su fiel compañero, y Ghodraan, su primer y único hijo. Aires puros, aguas cristalinas, tradiciones nuevas que descubrir y por sobre todo...