Una semana después, Ghodraan ya estaba en plenas condiciones de salud. Si bien su pierna presentaba una larga serie de cicatrices allí donde la carne se había quemado, desde el muslo hasta poco más debajo de la rodilla, lo cierto era que no había perdido movilidad ni tendones importantes. Kiltaara no dejó de acompañarlo ni un solo día en la sala de sanación donde estaba confinado, y su amor por ella crecía de forma exponencial con cada muestra de afecto que le brindaba. Agorén, mientras tanto, estuvo bastante ausente no solo en su recuperación sino también posteriormente. Ghodraan no lo culpaba en lo más mínimo, entendía que la tarea de reconstruir los cañones, preparar los puertos de aterrizaje para las naves aliadas y crear una solución a los inhibidores de los campos de fuerza, no era una tarea sencilla, así que lo dejaba hacer.
Poco a poco, la ciudad de Kantaruee fue perdiendo ese toque señorial y pintoresco que le caracterizaba, con sus casas de piedra pulida, la frondosa vegetación que brillaba por doquier y sus estructuras tecnológicas. A cambio, se convirtió casi en un campamento de guerra moderno: cuatro puertos de aterrizaje rodeaban las afueras de la ciudad. Junto a ellos y bien cubiertos, se hallaban nuevos cañones plasmáticos e incluso de los propios hangares no cesaban de salir y entrar Negumakianos a todas horas. Los que se dedicaban a tareas de construcción, sin embargo, descansaban en una suerte de tiendas de campaña octogonales, en el mismo sitio donde trabajaban durante el día.
Sobre la segunda semana de trabajo, las naves aliadas comenzaron a llegar poco a poco. Primero arribaron los Yalpanes, en gigantescas naves de combate que estaban diseñadas para cruzar grandes distancias en el cosmos. De las compuertas de las naves triangulares con puntas redondeadas comenzaron a salir cientos y cientos de soldados de élite. El propio Agorén, junto con el rey Miseeua, se acercaron a recibirlos de forma lo más diplomática posible, mientras que Ghodraan, Kiltaara y Sophia miraban de lejos la escena, admirados por la tez azulada de aquellos seres, su enorme estatura y las vestimentas doradas que les recubrían el cuerpo. Marchaban casi como si fueran un solo cuerpo, en una extraña sincronía que solo ellos podían comprender, cargando extrañas armas de doble cañón al hombro.
Dos días después, a Negumak llegaron los Xhaltories y los Zorgonianos. De nuevo, Agorén y el rey cumplieron con el mismo cortejo de recibirlos, y finalmente, cuatro días después llegaron los Valtorianos. Las plazas de aterrizaje casi no daban abasto, pero no podía sentirse más feliz por el hecho de contar con tanta ayuda. Fue así como Agorén pidió que cada raza eligiera un representante único, el cual informaría de manera debidamente oportuna cualquier noticia que pudiese llegar a acontecer. Por parte de los Yalpanes, Xyra fue el candidato, ya que era quien había hablado con Agorén en un principio. Luego, cada raza eligió a su mejor soldado, quienes demostraban tener una excelente habilidad tanto en combate como en estrategias defensivas.
Sin embargo, y aunque de momento todo parecía fluir a pedir de boca por primera vez en mucho tiempo, Agorén no cesaba de preocuparse. Sophia muchas veces lo encontraba sentado afuera a mitad de la madrugada, escudriñando el cielo, mirando hacia las tres lunas del planeta con las manos a la espalda, como si estuviera analizando algo que solamente él podía comprender. Cuando ella preguntaba que le sucedía, él no decía absolutamente nada, solo ponía excusas y alegaba lo mismo: no poder dormir. A pesar de todo, aquella noche fue la primera en que realmente se confesó. Sophia había sentido el momento en el que se levantó de la cama de piedra, se vistió con su túnica y salió al patio. Esperó unos minutos a que regresara, pero como no lo hizo, se vistió ella también y salió a su encuentro. Lo encontró sentado en la misma roca donde muchas veces se sentaba junto a Ghodraan.
—Agorén, cariño —dijo, en voz baja. En el silencio de la noche, donde apenas corría una leve brisa y los animales nocturnos ululaban por los árboles, él la pudo escuchar con claridad absoluta—. ¿Qué sucede?
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La última guerra
FantasiaAtrás ha quedado la invasión a la Tierra, y también su propio pasado. Sophia Cornell vive feliz junto a Agorén, su fiel compañero, y Ghodraan, su primer y único hijo. Aires puros, aguas cristalinas, tradiciones nuevas que descubrir y por sobre todo...