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Al llegar a la casa y verlos entrar en aquel estado: Kiltaara llorando, Ghodraan sucio de sangre y caminando con lentitud, no pudo evitar sentir temor. Estaba preparando un trozo de carne para la cena, condimentándolo encima de una larga mesada de piedra y quitándole los huesos, cuando dejó todo aquello a un lado y corrió en su ayuda.

—Pero, ¿Qué paso? —preguntó Sophia, casi en una exclamación.

—Kurguunta nos atacó, en el bosque. Lo desafié a combate pero me venció —dijo Ghodraan—. Ella tuvo que matarlo, por protegerme.

—Oh, esto es terrible... —murmuró Sophia. —¿Estás herido?

—No, solo bastante golpeado.

—¡No quería matarlo, juro que no lo quería! —Casi gritó Kiltaara, intensificando su llanto desconsolado. —¡Él había prometido una pelea justa, pero iba a matar a Ghodraan, le pidió la pistola de antimateria a uno de sus soldados, eso no era justo!

—Espera, ¿estaba con más soldados? ¿Los emboscó? —preguntó Sophia, atenta a este detalle. Eso cambiaba las cosas de forma radical.

—Cinco soldados, yo maté a tres —respondió Ghodraan, y luego comenzó poco a poco a sacarse la armadura.

—Entonces no tienen nada que temer, sencillamente se defendieron y tú, Kiltaara, hiciste lo correcto. Salvaste la vida de mi hijo —objetó, mirándola a los ojos. Entonces, Sophia se acercó y le secó las mejillas con las manos, luego la envolvió en un abrazo fraterno—. Te debo mucho, y te estoy agradecida en verdad. Ahora ve, ayuda a Ghodraan, te necesita —dijo, viendo como le costaba esfuerzo desprenderse la armadura.

Sophia se retiró a las recamaras interiores con el gesto de preocupación inundándole el semblante, para continuar preparando la comida, mientras Kiltaara puso manos a la obra. Primero le desenganchó la espada, luego el peto, dejando la túnica sucia de tierra por debajo. Por último, también le quitó la túnica dejándolo completamente desnudo, y observó el cuerpo trabajado y musculoso de Ghodraan. Tenía enormes hematomas violáceos casi ennegrecidos ahí en los costados donde Kurguunta le había pateado, los brazos raspados y las manos heridas. Verlo en aquel estado le dio un montón de pena, porque quizá si ella no se hubiera declarado como su compañera, nada de esto estaría pasando, pensó.

—¿Duele mucho? —preguntó. —¿Hay algo que pueda hacer por ti?

—Me lavaré un poco, no quiero quedarme así. Podrías ayudarme quizá a lavarme la espalda.

—Vamos —asintió ella.

Volvió a vestirse y juntos salieron al patio trasero de la propiedad, donde en un costado del mismo había una especie de fuente colectora de agua, más que nada para el agua de la lluvia, que siempre estaba llena y limpia debido a un proceso natural de filtrado en la misma roca. Ghodraan se sentó en el borde, se inclinó un poco con un quejido de dolor, y tomando agua en la mano, comenzó a mojarse el rostro y el pecho, para quitarse las manchas de tierra y sangre. Kiltaara se apartó un mechón de cabello rubio del rostro, y se acercó para echarle agua por la espalda, frotando la piel con suavidad.

—Gracias por haberme protegido, te debo mi vida —dijo él.

—Tú me has protegido a mi antes, Ghodraan. No podía permitir que mi padre te asesinara como a un animal, porque no lo eres. No eres un engendro, no eres una bestia.

—¿Quién soy, entonces? —Juntó agua con ambas manos y se la arrojó al rostro, no sabía por qué, pero estaba un poco molesto consigo mismo por la situación. Odiaba ver llorar a Kiltaara, era demasiado bella para eso. —Quizá sea la causa de tus desgracias, porque si no me hubieses conocido, entonces no tendrías que haber matado a tu padre. No tendrías que sufrir ahora por él.

La última guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora