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Al día siguiente, Kantaaruee parecía hervir de actividad. Los constructores de la ciudad pusieron todo su empeño en acondicionar la plaza central, con el fin de que acogiera a los pobladores e invitados vecinos que quisieran asistir. De todas las ciudades aledañas solo un rey prometió su asistencia, al menos para acompañar a Miseeua, ya que al igual que Agorén no consideraba apropiado realizar una gran bacanal antes de una lucha. Sin embargo, consideraba que unirse a la celebración no sería algo malo, al menos durante unas cuantas horas. Las ciudades restantes, sin embargo, copiaron el ejemplo de Kantaaruee y también organizaron sus propias celebraciones.

Los cazadores se movilizaron para lograr abatir a dos Gikaaliantee, animales similares a ciervos terrestres de cuatro astas, y a esta expedición se unió Agorén con el propio Ghodraan, quien asistía a su primera cacería. Mientras tanto, los servidores de Miseeua eligieron la mejor cosecha de Uyumee que tenían en sus bodegas, aquella bebida alcohólica que Sophia reconocía muy bien, para poder servir en el banquete. Los músicos preparaban sus instrumentos, ensayaban canciones, mientras que Negumakianos de todas las edades se dedicaban a decorar las fuentes de agua dulce, los árboles, las casas y las iluminaciones de las calles de piedra, con guirnaldas de flores coloridas.

Sophia y Kiltaara estuvieron prácticamente ausentes durante todo el día. Encerradas en los talleres de confección de las Kalgaaniias —Negumakianas que cumplían la suerte de modistas—, no cesaban de probarse túnica tras túnica, eligiendo una tela que les gustara. Al fin, se decidieron por una a la cual su textura era similar a la seda terrestre, pero mucho más suave en comparación y menos brillosa, y luego de explicarle la idea de lo que quería, Sophia se dedicó maravillada a contemplar cómo se fabricaban las túnicas que siempre había conocido y usado: un modelo tridimensional se proyectaba en una gran maquinaria central, que una vez lista, materializaba la tela elegida como si una impresora 3D se tratase. Una vez que las piezas de tela ya estaban confeccionadas a medida levitando en medio de la máquina, una serie de láseres se encargaba de coser cada unión y centímetro de la pieza de ropa, dejándola perfectamente terminada.

Finalmente, el día de la gran celebración llegó. Desde temprano en la mañana, el sonido a los Negumakianos que preparaban el banquete en la plaza central de Kantaaruee se escuchaba incluso desde los aposentos de Agorén. Cerca del mediodía, la música comenzó a sonar, en aquellos instrumentos melodiosos y asincopados que Sophia había podido ver durante su estadía en Utaraa, anunciando que la fiesta daba su inicio. Sin embargo, no fue hasta el atardecer en que Agorén y su familia llegaron a la reunión. Ghodraan se había vestido con una túnica azul claro, ceñida en la cintura y al tórax, marcando cada silueta de su pecho con sensual detalle, al igual que en sus hombros. Agorén, por su parte, se vistió con su túnica de comandante, negra con detalles e insignias bordadas con hilo dorado y plata. Sobre su espalda, portaba un manto escarlata que iba hasta los tobillos, poco más abajo de donde comenzaban las ataduras de sus sandalias estilo griego.

En cuanto Sophia y Kiltaraa aparecieron en la sala principal del aposento, robaron la atención de sus amores casi al instante. Sophia llevaba unas sandalias plateadas, y el vestido rojo confeccionado enteramente en una pieza, era espectacular. Ajustado, evidenciando cada curva de aquel cuerpo rellenito que tantos años le había costado aprender a amar, pero que ahora consideraba hermoso. La línea del vestido estaba por encima de las rodillas, el escote era amplio, la medialuna blanca de sus pechos voluminosos asomaba por encima, suave y tersa. El cabello suelto y rojizo caía por detrás de sus hombros, anudado en una media coleta por detrás de la nuca y adornado con una flor blanca en el costado de la cabeza. Kiltaara, sin embargo, llevaba sandalias negras envolviendo sus finos y delicados pies. El vestido era similar al anterior, pero abierto en la espalda anudado con dos tiritas por la cintura y otras dos por detrás del cuello. Por delante era igual de corto que el de Sophia, pero por detrás de las piernas descendía un poquito más hasta casi las rodillas, justo en el hueco poplíteo. No tenía mucho escote, ya que no portaba tanto busto como Sophia, pero aun así la hendidura de sus pechos se dejaba ver por encima de la línea del vestido azul cielo. Su cabello rubio, peinado en dos trenzas dobles al costado derecho de la cabeza y suelto el resto, le daban un aire de ternura mezclada con la bravura propia de una guerrera nórdica. En el lóbulo del oído opuesto adonde estaban las trenzas, pendía un colgante con una gema azul de no más de dos o tres centímetros, haciendo juego con el color de su ropa y sus ojos.

La última guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora