Casi un mes después, las defensas ya estaban casi listas. Apenas faltaba acondicionar un par de cuestiones, como por ejemplo los escudos de antimateria de las grandes ciudades. Su estructura base ya estaba construida, pero aún faltaba calibrar la energía y el espesor del escudo, lo cual mantenía a los ingenieros de Negumak trabajando a tiempo completo. En lo que sí habían sacado bastante ventaja era en el armamento tanto de las naves de combate como en el equipamiento de los soldados en las Yoaeebuii. Agorén mantenía especial atención puesta en ello, ya que al ser un Negumakiano criado entre soldados, conocía muy bien cada arma y cada detalle a la perfección, además de que era algo que le encantaba, naturalmente.
Casi todos los Altos Reyes cumplían satisfactoriamente con la contribución para reforzar las defensas, las naves y los soldados de los ejércitos. Algunos con más entusiasmo, otros con menos, pero lo importante era que lo hacían y eso era algo que mantenía tranquilo a Agorén, a pesar de otras cuestiones. Como todo en la vida, siempre hay un lado malo de las cosas, por desgracia. Mantenerse ocupado trabajando en las defensas planetarias, coordinando reuniones con los Altos Reyes y evaluando presupuestos para todo lo concerniente a armamentística, no solo le exigía mucho tiempo fuera de casa, lejos de Sophia y Ghodraan, sino que además le mantenía con un humor muy oscuro.
Vivía estresado, corriendo de un lado al otro, y eso comenzaba a resentirse en su vida personal. Si no estaba supervisando la construcción de las torres energéticas de los escudos, estaba en una reunión con los generales y capitanes de los ejércitos. Si no era con los generales, entonces era con los reyes, y los pocos instantes en que estaba en su aposento, era raro el día en que no le comunicaban alguna novedad a través de su cubo de cristal. Las noches para Sophia se convirtieron en algo frío y distante, donde por lo general tenía que dormir sola la mayoría de las veces, añorando el calor íntimo de Agorén, en que le recorría el cuerpo a besos y caricias, hasta hacerla desfallecer y temblar de placer.
Pronto hubieron malentendidos y breves discusiones, que ni siquiera podían catalogarse como peleas a nivel general. Solo algunos reclamos por parte de ella, aún a pesar de que comprendía su situación, pero al final lo único que buscaba era un mínimo de atención, aunque sea una noche, un momento. Agorén asentía, apesadumbrado, pero no podía hacer más. Sentía que le habían conferido una tarea demasiado titánica, y debía estar a la altura de tal, por ende daba todo de sí mismo. Como él siempre le decía las pocas veces que podían coincidir en la cama: "Nosotros tenemos toda una vida por delante, mi amor. Pero si no defendemos el planeta, ¿qué vida podremos tener?"
Ghodraan, sin embargo, era el más retraído de los tres. Desde aquel día en que literalmente huyó de Kiltaara, no podía dejar de pensar en ella, y lo que era aún peor: no podía dejar de sentirse mal consigo mismo. Pasaba los días sentado en el patio principal de la casa, con una de las espadas de madera en la mano, haciendo pequeños surcos en la tierra con la punta. El semblante serio, la mirada ensombrecida y siempre en silencio, eran los rasgos que le caracterizaban. Su padre ya no entrenaba con él y casi nunca estaba en la casa, su madre estaba demasiado ocupada en sí misma y en su relación personal, no había lugar para él en aquella familia, ni en la invasión que se avecinaba.
Por momentos, fantaseaba con la idea de que los K'assaries llegaran y arrasaran con todo, para por fin tener un poco de paz en la muerte. Se cuestionaba muchísimas cosas, desde el motivo por el cual había sido concebido, hasta su papel en la vida. ¿Cuál era el propósito de su existir? No había entrado a las Yoaeebuii aún, no tenía una motivación personal, no era más que un híbrido sin rumbo ni destino, se repetía una y otra vez. Y aquella idea le carcomía, atormentándolo día y noche. Si quizá tuviera prestigio como su padre, o fuera una leyenda viviente como su madre, la primer humana en transformar su propia genética para vivir con ellos... Pero no, tan solo era un habitante más de Negumak, común y corriente como cualquier otro, que miraba a los ejércitos con ojos envidiosos y no cesaba de pensar en Kiltaara.
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La última guerra
FantasyAtrás ha quedado la invasión a la Tierra, y también su propio pasado. Sophia Cornell vive feliz junto a Agorén, su fiel compañero, y Ghodraan, su primer y único hijo. Aires puros, aguas cristalinas, tradiciones nuevas que descubrir y por sobre todo...